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Analistas 09/07/2025

Sobre la educación y el mercado

Camilo Guzmán
Director ejecutivo de Libertank
Camilo Guzman

En una reciente columna titulada “Estudiar para satisfacer el mercado”, la escritora Piedad Bonnett expresa su preocupación por lo que considera una peligrosa tendencia: orientar la educación hacia las exigencias del mercado. A su juicio, esta lógica conduce a un modelo utilitario y desprovisto de sentido ético. Esta visión parte de una concepción equivocada tanto del mercado como de la naturaleza del conocimiento humano y del orden social en el que este florece. Presupone que el mercado es una maquinaria impersonal al servicio del capital, y que toda orientación hacia él empobrece el espíritu. Nada más lejos de la verdad.

Lo primero que debe entenderse es que el mercado es el resultado de las acciones coordinadas de millones de personas que, actuando cada una según su limitado conocimiento, logran una cooperación que ningún planificador podría jamás orquestar. Cuando decimos que alguien “estudia para el mercado”, lo que realmente ocurre es que se prepara para participar en ese orden espontáneo, ofreciendo algo que otros valoren. Se trata de descubrir cómo servir a los demás.

Se afirma en la columna que estudiar lo que el mercado demanda es “promover el pragmatismo raso del capitalismo más salvaje”. Pero esto asume que el valor de las cosas -incluso del conocimiento-debe ser determinado por una autoridad ilustrada, en lugar de emerger de las necesidades reales y cambiantes de otros seres humanos. Esta es una ilusión peligrosa. No hay nadie lo suficientemente sabio como para prever qué conocimiento será útil. El mercado, a través del intercambio libre, permite que esas valoraciones surjan, se ajusten y se corrijan en un proceso de aprendizaje continuo.

La tragedia de los sistemas educativos centralizados es que pretenden definir de antemano los fines últimos de la vida humana, excluyendo toda posibilidad de caminos diversos, elecciones libres, errores constructivos. Se habla con frecuencia del “deber ser” de la educación, pero la pregunta esencial es: ¿quién escoge qué forma de vida es digna y cuál no?

No debemos temer que el mercado oriente la educación. Debemos temer que lo haga un consenso moral impuesto, disfrazado de ética superior. La historia está llena de regímenes que, en nombre de un ideal educativo puro, sofocaron la libertad y, con ella, la posibilidad misma de pensar. Educar no es llenar la mente de contenido predeterminado, sino liberar al individuo para que, con sus limitaciones, descubra cómo contribuir a un mundo que él no domina. En ese descubrimiento hay belleza, dignidad y humanidad. Por eso, no es cierto que educar para el mercado sea empobrecer la vida. Por el contrario, es preparar al ser humano para vivir con libertad y con la posibilidad real de servir a otros.

El oficio de la columnista critica del mercado, la literatura, también se somete al juicio de otros. No por imposición, sino por el deseo libre de quien decide leer, publicar, pagar o recomendar. Si el valor de un poema, una novela o una columna fuera puramente intrínseco, bastaría con escribir y encerrarlo en un cajón. Pero el escritor quiere ser leído, ser comprendido, ser relevante. Y esa relevancia se gana en el espacio de libertad que el mercado permite.

Así, incluso el más introspectivo de los oficios, como el de escribir o educar, florece en una sociedad donde existe libertad para ofrecer y elegir. Esa sociedad no tiene otro nombre más preciso que el que algunos tanto temen: el mercado.

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