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Es ineludible otra reforma tributaria a la luz de las declaraciones ministeriales y el silencio del Presidente, pero son los congresistas quienes tienen la última palabra
Un partido de fútbol y una discusión sobre nuevos impuestos guardan muchas similitudes. Antes del encuentro los comentaristas deportivos saturan a la opinión pública con sus puntos de vista, acudiendo a la historia, a las estadísticas, a sus propias preferencias, incluso procuraran discursos de viejas glorias para que ayuden a imaginar qué puede pasar durante los noventa minutos. De la misma manera, los analistas económicos, los académicos, los exministros de Hacienda, los expertos tributarios y los políticos de oficio, dan sus puntos de vista sobre la conveniencia o no de nuevos tributos; todos tratando de vaticinar qué pasará durante las discusiones en las comisiones económicas conjuntas del Congreso. Surgen frases clichés como “cascada tributaria”, “colcha de retazos” o “reforma tributaria estructural”; para argumentar, también usan la frase atribuida a Benjamin Franklin que reza: “en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”.
Al final, cuando el partido de fútbol se está jugando, sobran las palabras de los comentaristas deportivos, solo quedarán la voz del locutor y las imágenes de video que contarán la realidad de las cosas, que no son distintas a lo que juegue cada uno de los jugadores o a la estrategia que hayan diseñado como equipo. El resultado será producto de lo cómo ellos enfrenten la situación. Con las discusiones tributarias en Colombia sucede lo mismo, se olvida a los jugadores que determinarán los buenos o malos resultados. En nuevos impuestos, esos jugadores son los representantes a la Cámara y los senadores de las comisiones económicas, quienes por lo general solo aparecen cuando hay proyectos de ley radicados para su estudio; es en ese momento cuando empiezan las comidas, las llamadas, las reuniones de congresistas y lobistas para tratar de ajustar el articulado a sus intereses económicos. De tal manera, que la iniciativa, por lo general de origen gubernamental, empieza a remendarse y a colgársele ideas novedosas cargadas de populismos para beneficiar a ciertos sectores económicos o grupos de presión social.
Instituciones económicas de gran reputación en Colombia como Econometría, Fedesarrollo o Anif ya han presentado sus puntos de vista sobre la próxima reforma tributaria; los gremios de la producción aún no se han pronunciado con ideas bien estructuradas sobre la materia. Las universidades y sus centros de estudios económicos también están llegando tarde a la discusión; los únicos que sí son activos en la materia son los líderes políticos y precandidatos quienes empiezan a “tirar línea” sobre cómo financiar la tragedia económica derivada de la pandemia. Y así las cosas, los verdaderos agentes de decisión tributaria, que son los políticos de la Cámara y el Senado, no se han expuesto ni han dejado ver, oír o leer su argumentación sobre los nuevos impuestos. Ese silencio estratégico de los congresistas de las comisiones económicas es entendible porque en un año habrá elecciones y no quieren que los impopulares impuestos les hagan perder electores. Más aún cuando las dos patas del recaudo colombiano siguen siendo las mismas: el IVA y la renta; nadie ha sido capaz de desarrollar nuevas ideas de tributación y siempre las propuestas de reforma se ensañan con los mismos de siempre: los empresarios y empleados formales.
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