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El postulado central de las obras de Acemoglu y Robinson ha sido que la carencia de instituciones democráticas sólidas impide alcanzar equilibrios sostenibles entre el progreso económico y las libertades de sus pueblos (ver 2014, “Porqué Fracasan las Naciones” y 2020, “El Pasillo Estrecho”).
Esta última obra de 2020 vino a llenar un sensible vacío que dejaba la de 2014: allí se logró explicar cómo era que las diversas civilizaciones solucionaban o no el permanente conflicto entre progreso económico y libertades, cubriendo casos de la civilización griega hasta la modernidad, tanto en Oriente como Occidente. Ello vino a ratificar la idea que siempre hemos tenido sobre la importancia de factores religiosos y culturales (ignorados en la obra de 2014).
Pues bien, ahora la obra de Carlos Granés (2022 “Delirio Americano”) ilustra con lujo de detalles el papel crucial que han jugado las artes, de hecho, atadas a creencias religiosas y legados étnicos que difícilmente pueden subsumirse en “las instituciones”. Por ejemplo, fue la “subjetividad” de los poetas lo que se convirtió en bastión de eco libertario para la Cuba del 1900 de José Martí o la Nicaragua de Rubén Darío.
Esa búsqueda primigenia de “lo autóctono”, para sacudirse del “imperialismo Yanqui”, encontró en la poesía un apropiado vehículo subjetivo, cautivando las grandes masas regionales: no tenía que recurrirse a complejos análisis del mundo real, sino que cada cual lo acomodaba a su imaginario de la búsqueda de “un mundo mejor”. Pero el resultado histórico no podía haber sido más perverso: esas cunas de Cuba y Nicaragua, 120 años después, son las de peor desempeño socio-económico en la región. Se han perdido décadas en insulsas discusiones ideológicas, sin preocuparse por “la instrumentación” del progreso.
Y en el plano de la literatura, América Latina sí que ha sido profusa y dialéctica (... todo cambia, pero todo sigue igual). Su paso por los movimientos de identidad indígena (tipo “Huasipungo” del ecuatoriano Jorge Icaza) encontraron en el nefasto Marxismo-Leninismo-Maoísmo su expresión política, pero con un tinte claramen-te extranjerizantes (tipo “Historia de Mayta” de Vargas Llosa).
Los resultados en Brasil, México, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia han sido no solo contradictorios respecto de ese ideario de origen indígena, sino decepcionantes en términos de lograr equilibrios sostenibles entre bienestar económico y libertades democráticas. Nuestro corredor de equilibrio entre progreso y libertades ha continuado estrechándose, aún para los autóctonos.
Salvo por el periodo de añoranza democrática (1990-2005), la región ha pasado de los burdos golpes militares (1900-1980s) hacia las actuales estrategias de falsa democracia que impulsa la llegada por las urnas, pero “solo la primera vez”. La meta ha sido atornillarse al poder (Menem, Uribe, Correa, Evo, Lula y, por supuesto, Chávez-Maduro). La Argentina peronista les enseñó a todos los proyectos autoritarios de la región que lo mejor era abandonar la vía militar y explotar el populismo durante el ejercicio del poder para así perpetuarse, como efectivamente lo han logrado de forma recurrente: Néstor Kirchner le entrega a su nueva Evita-Cristina y esta sigue gobernando bajo el gobierno de “Los Fernández”, cubriendo el increíble periodo 2003-2022, dos décadas de elevada inflación y de empobrecimiento recurrente en la economía que fuera la séptima más rica del mundo antes del advenimiento Peronista.
Y nuestro Nobel de literatura, García Márquez, montó en vida propia una de las novelas latinoamericanas más difíciles de encajar en un entendimiento racional y de consecuencia entre instrumentos y objetivos. Con trabajo arduo de campo entendió las precariedades de vida del latinoamericano promedio, él mismo lo sufrió durante sus hambrunas en París, y desde allí denunció el yugo opresor de la “cortina de Hierro” (Martin, 2009 “Una Vida”).
Y, sin embargo, sus simpatías Castristas lo llevaron a cohonestar con movimientos anti-democráticos, tanto en Cuba como en Centroamérica. Su propia teoría política del volcán que buscaba supuestamente atajar terminó convalidando la expansión nefasta socialista en Nicaragua y Venezuela, hoy tan amenazante para nuestra propia Colombia. Decía Martin que en las partes centrales de la argumentación del “Otoño del Patriarca” resulta muy difícil dilucidar si Gabo estaba describiendo al derechista dictador de Trujillo en República Dominicana (que él imaginaba) o a su incondicional amigo Castro de la agobiada y reprimida Cuba.
Una de las pocas secciones en las cuales a Granés se le opaca su clarividente disección de la compleja “psicología de masas” de América Latina ocurre en los capítulos finales. En “Habana 1990” da a entender que, al morir Fidel Castro (en 2016), parecería como si su proyecto hubiera fracasado al ser de difícil replicación: el Che murió prontamente en Bolivia (1967) y Fidel solo presenció en vida la consolidación de Nicaragua bajo Ortega, como buen alumno de su radicalismo anti-democrático.
Pero no, querido Carlos Granés, la oleada populista izquierdista cada vez más anti-establecimiento democrático-operativo continua en ascenso, siendo recientes y preocupantes ejemplos los de Chile, Perú y ¿Acaso el de nuestra querida Colombia?