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Analistas 29/08/2019

Antes muerta que sencilla

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Miserables (Víctor Hugo). Políticos, inversionistas y empresarios, enriquecen sus comunicados para evadir la entropía capitalista; proyectan familiaridad, maquillan cifras y edulcoran adjetivos (Dark Money, 2016).

Durante 2019, el CEO de BlackRock, inversionista líder, publicó una especie de carta de navidad al Gobierno Corporativo (Purpose & Profit, Fink), y firmó como Larry, no Lawrence: su verdadero nombre. En dicha epístola señala “la incapacidad del gobierno”, e invita al sector privado a asumir «sacrificios», y convertirse en «salvador», porque la sociedad espera que resuelva “asuntos apremiantes”.

Ese discurso de la responsabilidad social se ha disfrazado de filantropía, creación de valor Compartido, y B-Corp. Falso dilema, su «misión» sigue siendo “amar a «los dueños» sobre todas las cosas” (The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits. Friedman, 1970); además de ignorar los demás grupos de interés, la “democracia de los accionistas” es otro sofisma, dado que algunos son más iguales que los demás.

Meses después, algunos miembros del club de billonarios enviaron otra conmovedora misiva, rogando que les cobraran más impuestos (Tax Us, Please. NYTimes, 2019); también aclararon que su contribución efectiva había «compensado» el descenso en la tasa tributaria.

La reciente esquela, silogística, la remitió la asociación de CEOs de las empresas más ricas. Sugiere reorientar su propósito, para que la economía “sirva a todos los «americanos»” (Business Roundtable, 19/8/2019); no asumen responsabilidad del pasado (reciente), tampoco compromisos (materiales), y limitan su alcance, en un entorno global que ellos propiciaron (y del que se beneficiaron).

En esa influyente logia puede encontrar las empresas más admiradas (Fortune), las mejores para trabajar (Great Place To Work) o las «más» éticas (Etisphere). Aunque defraudan, caen como gatos; de hecho, esas distinciones se corrompieron (p.ej. es ético o no), y los CEO enajenan el futuro (Option Backdating), dejándonos sin opción, al construir universos anticompetitivos y herederos «mini-me».

Estos íconos erigen oligopolios que sostienen los mercados de capitales, por lo que judicializarlos pondría en riesgo la valoración y el sistema. En consecuencia, actúan cual Gran Dictador (1940), Padrino (1972) o Goodfella (1990); incluso, tal cual sucedió con Fausto, los erigen como gurús, filósofos o influencers (v.g. Jobs).

Sus contribuciones convirtieron a la academia en “aprendiz de brujo”. Desvirtuado, Bufón de Duque (Rigoletto), Misionero del Mercado de Capitales (Rigobón) nos entretuvo diciendo que “la imagen del sistema financiero «no es demasiado buena» […] por una «profunda ignorancia general» […] pues la gente piensa que los bancos «lo único que hacen es robar dinero»”.
No requerimos experticia en hermenéutica para interpretar esta narrativa, la de Google (“don’t be evil”), o, en el otro extremo («Yin»), el grito de guerra de los Empleados de Terracota de Huawei.

Como sea, seguirán inspirándose en Pangloss (Cándido o el Optimismo, Voltaire). “Declaraciones inútiles”, como reconoció Macrón durante el G7, “nadie lee los comunicados” y la riqueza no cambiará.

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