Florián ¿ministra?

Escribo esta reflexión en medio de la encrucijada que representa para mí como mujer trans referirme a los hechos tan controversiales, por decir lo menos, que llevaron a la suspensión del nombramiento de una persona “autopercibida como mujer” como cabeza del Ministerio de Igualdad en Colombia. Comparto plenamente el malestar de innumerables mujeres, incluidas compañeras y compañeros trans, para quienes las afirmaciones del “elegid@” son oportunistas e inadecuadas, así la ley las permita.

Yo misma, y me disculpo por la autorreferencia, he sido acusada agriamente de “usurpar” espacios que otras mujeres consideran propios, como el reconocimiento que me hizo la BBC a final del año pasado de ser una de las 100 con mayor influencia global. La diferencia, ni me candidaticé a ello, ni recibí nada a cambio, salvo palo o abrazos, miti/miti.

El problema del autorreconocimiento de género evolucionó en la norma colombiana para prevenir la discriminación y el acoso a las personas con experiencias de vida trans, nunca para dar paso al cinismo con que la actual administración lo plantea para garantizar un requisito de paridad diseñado para compensar siglos de discriminación contra las mujeres. Las bases que justifican estos avances buscan prevenir el determinismo biológico con que aún se encarcela a las mujeres en sus roles reproductivos, arbitrariamente expandidos a los de cuidado, y que preveían la expresión libre y plena de sus talentos, o la asociación (grotesca siempre) de una anatomía con sus capacidades.

Si bien las mujeres trans reconocemos que el erotismo ha sido fuente principal del mercadeo de lo femenino, lo que denunciamos, no aceptamos que se anule la riqueza cultural de sus manifestaciones en la transformación voluntaria de los cuerpos o sus expresiones estéticas. Mis amigas barbadas o mis amigos embarazados dan perfecta cuenta de ello, sin necesidad de transitar para capturar privilegios, mucho menos para darle gusto a abusadores reprimidos, sino para gozar sus vidas. Y siempre estaremos infinitamente agradecidas con el feminismo porque ha sido la principal fuente de nuestra liberación.

Por ello, no basta con la autopercepción para asumir una tarea, al menos en lo público hay que corregir el certificado de nacimiento y ajustar toda la historia de vida, y, como mínimo, plantear una responsabilidad ética en las luchas por la igualdad que no se aprovechen del mundo de las simulaciones lingüísticas al que tenemos acceso. Hay que madurar el contrato social en estos términos, indudablemente, pero por ahora el gesto que obligó a las cortes a suspender el eventual nombramiento de Florián como ministra es un reclamo de respeto para una sociedad que ha luchado arduamente por unos derechos que ahora se quieren utilizar a la ligera, pasando por encima de tantas mujeres discriminadas.

Que el mundo se esté feminizando o sea “gender fluid” es precisamente una reacción profunda a todos los ejercicios de cooptación histórica del patriarcado, sea de derecha o izquierda, y que, nunca sobra decirlo, está presente tanto en hombres como mujeres autodefinid@s más por ciertos órganos, el criterio zootécnico, que por sus construcciones culturales. Queda mucha tela por cortar en el tema.

El problema de las polarizaciones también se expresa en la negación a las diversidades de género, cierto, pero si algo nos han enseñado las políticas de acción afirmativa es que cuando uno crea categorías para aprovecharse de la voluntad de justicia de la sociedad, corre el riesgo de transformarse en el monstruo que pretendió desenmascarar.