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Negar que las identidades sexuales y de género se constituyen desde la infancia es querer tapar el sol con un dedo. Se calcula que entre un 0,5 y un 2,7% de las personas expresan su inconformidad de género mucho antes de la pubertad, por lo cual tratar de que la sociedad no hable de ello es un crimen, pues de desestiman las garantías al libre desarrollo de la personalidad, un imperativo de la convivencia democrática. Lamentablemente hay quienes manifiestan que estarían dispuest@s a “aceptar” una “Ley Trans” siempre y cuando tales derechos solo se reconozcan a partir de los 18 años, ignorando toda la literatura científica y buscando imponer una perspectiva cultural que carece de fundamento y se constituye en la base de una discriminación activa en extremo violenta, pues impide que los sistemas de salud y educación respondan adecuadamente a las necesidades de una parte significativa de la población. Equivale a negarle educación artística a niños y niñas con el argumento de que desarrollar sensibilidad estética los hará representar escenas “indeseables” en el futuro, una especie de censura intergeneracional preventiva.
En contraposición, las mismas personas que solicitan al sistema de salud no intervenir en la definición de la identidad de género en niñ@s, son las que no dudan en violar los derechos de las personas intersexuales al plantear la violenta asignación anatómica de un sexo cuando un bebé nace con atributos ambiguos, lo que de cierta manera es lo que nos sucede a todas las personas trans, que podemos o no solicitar intervenciones terapéuticas para ir ajustando nuestra identidad a medida que crecemos. Lo que sugiere la adopción de una mala Ley Trans es que las personas menores de 18 años no tienen conciencia de su cuerpo, ni pueden ejercer voluntad sobre sus preferencias identitarias, ni pueden reclamar protección ante las amenazas de matoneo o abuso sexual (generalmente intrafamiliar) que acaban a menudo en crímenes de odio. El trasfondo de todo es siniestro: se presume que son los progenitores, a menudo no biológicos, quienes definen, bajo la autoridad de sus premisas culturales y prejuicios (a menudo credos dogmáticos o machismo puro y duro), cuál ha de ser la identidad de género de las personas a su cargo. Desconocen que, en su delirio particular, también transmiten sus creencias, como si ello no tuviese implicaciones anatómicas o dejase severas secuelas sicológicas, incluida la terrible culpa o el mito del derecho a ejercer violencia contra los “infieles”. Bajo esas premisas habría que plantear que se postergue toda educación religiosa hasta los 18 años, cuando los niños y niñas tengan el criterio suficiente para decidir su afiliación libre a determinado credo.
Las infancias LGBTIQ+ existen y ni son monstruosas ni requieren intervenciones quirúrgicas tempranas o tratamientos irreversibles que afecten sus decisiones como adult@s. Lo que se plantea es el derecho que tienen todas las personas, desde su nacimiento, a saber que las expresiones identitarias son construcciones culturales propias de cada época y lugar, llenas de matices y expresiones estéticas que evolucionan según los colectivos sociales van experimentando. Por ejemplo, la separación anatómica de machos y hembras como fundamento básico de la organización del mundo hace rato perdió vigencia, pues todas y todos podemos hacer las mismas cosas, salvo gestar, algo que sin embargo también es una elección personal profunda y libre (gracias a la lucha de las mujeres), y que, en términos de las estructuras familiares no requiere ninguna decisión discriminatoria: las expresiones de amor y capacidad de cuidado de quienes desean constituir familia tienen innumerables opciones distintas a la biología básica, por fortuna. Y no sobra decir que ello es profundamente natural, pues la diversidad de género, sexo y estructuras de cuidado es infinita y, por lo que parece, más generosa que las que plantean algunos de nuestros líderes y congresistas.
Lo bueno de este panorama es que los gritos de Petro en su cuenta de X -o en sus desatinados discursos- ya no los escucha nadie. Su voz empieza a desaparecer
Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre
“Aquellas empresas que se relajen al mundo menguante de los bienes y servicios quedarán irrelevantes. Para evitar este destino, debes aprender a montar una experiencia rica y cautivadora”. B. Joseph Pine II