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Llega, pues el final de la administración Santos. Dividida en dos periodos, mantuvo una línea clara en relación con ubicar en mejor posición internacional a Colombia. Y es preciso, además, señalar que a pesar de no tener un documento rector para lo que se planteó en el ejercicio internacional del país, sí hubo claridad desde el Plan Nacional de Desarrollo de las líneas gruesas sobre las cuales trazar los objetivos para la interacción global.
Hoy, hace exactamente ocho años, hubo diversos asuntos que para la opinión pública (al menos, la que se interesaba por lo internacional), estaban claros con el electo presidente. Se partía del mensaje del continuismo de una línea dura frente a los gobiernos que toleraban vínculos con grupos declarados como terroristas por organismos internacionales (apoyados en Estados clave). De ahí que resultara inesperado el giro dado a las relaciones internacionales de Colombia.
Superados esos meses críticos de polémica y cuestionamientos, el país tomó un rumbo diferente, de aceptación por parte del ámbito regional y con la posibilidad de retorno a las grandes discusiones que se han tejido en torno al regionalismo y la integración. Pero más allá de eso, al mejorar el perfil y establecer una nueva hoja de ruta para el desempeño internacional, Colombia avanzó hacia la consecución de variados objetivos de política exterior, que hoy son una realidad. Esto, no obstante, haya quienes cuestionen –incluso sin fundamentos sólidos- que algunas de esas tareas se hayan logrado.
Dado el reducido espacio, sólo algunos de esos retos se reseñan acá. Quizá los de alto impacto, pero -sobre todo-, los de mayor constancia por parte del Ejecutivo (presidente y ministerios) para que se alcanzaran resultados positivos.
A pesar de enfatizar acá los aspectos positivos alcanzados por el gobierno Santos, hay que anotar que infortunadamente el gran lunar de su gestión en materia de imagen internacional, está ligado con el fenómeno de los cultivos ilícitos. Frente al tema, hoy el mundo reconoce en Colombia al país con la mayor cantidad de hectáreas sembradas con hoja de coca en el planeta. Eso, por supuesto, no es satisfactorio. Sin embargo, temas como el ingreso de Colombia en la Alianza del Pacífico, la concreción de la membresía en la OCDE, los vínculos con otros organismos internacionales (Caso OTAN) y el mejor desempeño en materia del ejercicio de cooperación internacional, son logros valiosos.
En primer lugar, la gestión del gobierno nacional (aunque más del presidente Santos, y algún sector de su gabinete ministerial) para lograr desligarse del inoperante Foro del Arco del Pacífico Latinoamericano, desde la llegada a la presidencia y posterior ingreso a la Alianza del Pacífico (AP) fue una importante decisión. Retratada con los lineamientos de la política exterior del país, la membresía en la AP es un legado que deja el hasta hoy presidente de los colombianos; máxime cuando se establece relación directa con el ejercicio de la cooperación internacional, desde la óptica sur-sur.
A lo anterior se puede asociar el éxito de haberse involucrado en dinámicas de cooperación triangulada en Medio Oriente, a partir de las experiencias ganadas sobre el terreno en prácticas militares, y con el apoyo de Estados fuertes en la materia, que distinguen y reconocen la favorable posición de Colombia.
Otro de los logros que marcarán la historia de Colombia es su ingreso a la OCDE. No obstante las críticas, este ha sido un avance único en la construcción de mejores estructuras económicas, políticas y sociales, a partir del diálogo directo con los que hoy se distinguen más avanzados. Algo similar ocurre con el paso dado de lograr un acuerdo que ubica al país en vínculo directo (no la membresía) con la OTAN, en función de aprendizajes recíprocos. Aunque existan críticas y se denigre de estos avances, es indudable que son pasos importantes para el país, en procura de ascender en lo que corresponde a su perfil internacional, tradicionalmente constatado como inferior.