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En líneas generales, la apertura de la economía colombiana ha sido “hacia adentro”. Desde que comenzó la apertura en 1990, el balance externo se ha caracterizado por el predominio de las importaciones sobre las exportaciones. Varios indicadores muestran que la economía colombiana no mejoró con la apertura. Si los últimos 60 años se dividen en dos subperíodos, uno de 1960 hasta 1990, y el otro desde 1991 hasta ahora, se observan cambios significativos. En el primer subperíodo la tasa de crecimiento del PIB, promedio anual, fue de 4,48%. En el segundo fue de 3,35%. Antes de los noventa las exportaciones estaban creciendo 4,65% promedio año. Y las importaciones 3,77%. En el segundo subperíodo las exportaciones crecieron 3,32% y las importaciones 4,05%.
Durante el primer subperíodo el balance en la cuenta comercial fue positivo, 0,51% del PIB, promedio año. Y después de los noventa fue negativo, -3,33% del PIB. Claramente la apertura fue “hacia adentro”, en contra de todos los anuncios de los gobiernos, que la publicitaron con el argumento de que iba a potenciar las exportaciones del país.
Al observar con más detalle lo que sucedió después de 2001 se constata una profunda reprimarización de la economía colombiana, y una agudización del déficit externo en los años de las mayores bonanzas de hidrocarburos y minerales. En 2001 el déficit en cuenta corriente era de -1,3% del PIB, y llegó a -6,3% en 2015. El desbalance se hizo especialmente intenso entre 2010 y 2015, cuando las bonanzas estaban en su punto más alto. Es interesante observar que el déficit en la cuenta corriente se iba acentuando a medida que aumentaba el precio del petróleo. Después de 2015 el desbalance disminuye pero sigue siendo significativo. Actualmente es de -4,6% del PIB.
Lo lógico habría sido que durante la bonanza la balanza en cuenta corriente fuera superavitaria. Esta situación no se presentó, y en lugar de que los excedentes hubieran servido para consolidar la industria y la agricultura, éstas perdieron dinamismo. La abundancia de dólares se reflejó en una revaluación del peso y en un aumento considerable de las importaciones, que deterioraron la producción de origen nacional. Puesto que el país no logró aprovechar las bonanzas, el ritmo de crecimiento se frenó.
El daño estructural que sufrió la economía no ha permitido una recuperación sostenible. La agricultura y la industria nacional siguen estancadas, y las exportaciones distintas a bienes primarios no crecen a un ritmo significativo. La pérdida de competitividad es evidente, y esta brecha no es fácil de cerrar porque es la expresión de un problema estructural relacionado con la baja productividad. El sector agropecuario ha sido especialmente golpeado. El año pasado se importaron 14 millones de toneladas de alimentos. La industria todavía no se recupera, y el desempleo aumenta.
El desequilibrio del sector externo muestra que la forma como se llevó a cabo la apertura fue un fracaso. Hoy es bueno recordar que a partir del gobierno de Lleras (1966-1970) se aplicaron los principios cepalinos relacionados con el estímulo a la industria, la modernización la estructura agraria, la búsqueda de la integración regional. Ahora que la mayoría de los países de América Latina ha reprimarizado sus exportaciones, sería conveniente releer a Prebisch.