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China entró a la edad de bronce hace 4.000 años, y hace más de 2.000 vivió su primer imperio unificado, que duró cuatro siglos. Tras importantes desarrollos culturales, guerras entre reinos y constante amenaza de perturbación por pueblos nómadas, fue conquistada por los mongoles en el siglo 13; se sostuvieron por más de un siglo, y establecieron el papel moneda, el compromiso con el equilibrio en las finanzas públicas y el control efectivo en el territorio, lo cual facilitó el comercio en Asia Central, a través de las rutas de la seda. La dinastía Ming que los sucedió y gobernó por tres siglos llevó la civilización a niveles de refinamiento admirables, pero abandonó la búsqueda de oportunidades en el Océano Índico. Fue derrotada por los Manchú, que gobernaron el país desde mediados del siglo 17 y preservaron el esquema confucionista, fundado en los modales y la tradición.
Occidente interfirió con las instituciones y la sociedad china con propósitos comerciales y financieros durante el siglo 19: Gran Bretaña impulsó el opio como mecanismo de control. El régimen declinó hasta la creación de la república china a principios del siglo 20, que enfrentó la invasión japonesa desde 1931 hasta el fin de las guerras mundiales en 1945; esta guerra costó 15 millones de muertos.
El ejército comunista de Mao Zedong venció al nacionalista de Chiang Kaishek en 1949, tras cruenta guerra civil. Los derrotados se trasladaron a la isla de Formosa, hoy Taiwán, donde en forma gradual se construyó una democracia y se lograron resultados sobresalientes en materia económica, con gran refinamiento en el diseño y producción de microprocesadores. El devenir de China continental, entre tanto, fue bastante confuso durante las primeras tres décadas tras la victoria maoísta; entre los absurdos impuestos se destacan el gran salto adelante de 1959 y la revolución cultural entre 1966 y 1976.
En 1978 el líder Deng Xiaoping introdujo elementos importantes de economía de mercado en el país, sin ceder espacios para discusión política, asunto reservado para el partido único. La apertura al capital privado y la orientación al comercio internacional lograron tasas de crecimiento muy altas de manera sostenida hasta hoy. Se ha ordenado la transición de sociedad rural a urbana y alfabeta, y creado el conocimiento necesario para ofrecer perspectivas a las nuevas generaciones. Se ha reducido la protección social para asegurar coherencia fiscal y no se permite el disenso.
El resultado económico del experimento de gestión chino es innegable: se ha aprovechado la laboriosidad del pueblo de manera efectiva, se ha consolidado la educación como propósito público y se ha provisto infraestructura de clase mundial. La economía ha crecido a tasas sin precedentes; como consecuencia, la población, casi un quinto del total mundial, ha progresado en forma perceptible, pero no faltan problemas: las diferencias entre la región costera y el interior son notables. Además es posible que el sistema político exija revisión en el futuro: hay interrogantes sobre la solidez del sistema financiero, se ha reducido el flujo de inversión extranjera directa, y preocupa el aumento de la represión. Cabe tener presente que a partir de cierto nivel de ingreso el crecimiento exige ambiente propicio para la innovación, con espacios para la controversia y la crítica. El desenlace del experimento chino aún no es definitivo.