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En días pasados la Federación de Cafeteros adoptó la decisión de permitir la exportación de pequeñas cantidades de café, amparada en el nuevo estatuto aduanero. Por décadas, el sistema de exportación de café ha sido criticado, por estar controlado y contar con numerosos requisitos para obtener una licencia de exportador.
Es indudable que si bien las normas no evolucionaron a la velocidad en que el mundo desmontó todos los mecanismos administrativos para regular el mercado, hoy se debe aceptar que prácticamente no existen normas diferentes a las que deben cumplir los exportadores de cualquier producto en Colombia.
Sin embargo, no podemos hacernos grandes ilusiones sobre las posibilidades de enriquecer a los productores como todos sueñan, porque la realidad es contundente y diferente. En el sector agrícola principalmente, se suele odiar al eslabón siguiente de la cadena, y menospreciar su capacidad de agregar valor. Existe una deformación en el concepto que lleva a pensar que únicamente cuando se transforma una materia prima se agrega valor, cuando el transporte, el comercio, la logística y la gestión de ventas son fundamentales.
El sueño de todo cafetero es llevar el café del árbol a la taza, sin tener en cuenta que conseguir el cliente, exportarlo, transformarlo y distribuirlo valen mucho más. Ni hablar del costo de operar una tienda de café, donde finalmente el grano no representa más allá de 20 % del precio de venta.
Por esta razón, los nuevos exportadores de café en los últimos años han presentado tasas de mortalidad de más de 50%. La falta de experiencia, las limitaciones del idioma, la capacidad de evaluar los compradores, la disponibilidad de garantizar al comprador un mismo perfil de taza durante todo el año, el capital requerido para soportar el ciclo del negocio, dado que entre trilla y recaudo del dinero, transcurren varios meses.
En este orden de ideas, autorizar exportar pequeñas cantidades -sacos de 60 kilos- va a servir para eliminar la presión de los que creen que lo pueden hacer mejor, pero con muy contadas excepciones, seguramente la mayoría pueden fracasar, por no contar con los elementos que se han enumerado y, que se requieren para ser exitosos. Calmar esa ansiedad se pagará con pérdidas económicas, que al final son indispensables para depurar el negocio, y comprobar que es una aventura en la que puede morir el artista.
Para manejar este tipo de exportación de café especial, es fundamental aplicar “la lógica de la acción colectiva”, razón de ser de las instituciones cafeteras, asignando este papel a las cooperativas de caficultores, que pueden manejar pequeñas cantidades de café especial, garantizando que parte del mayor valor obtenido se traslade al productor, y logrando la masa crítica de café suficiente para que el negocio no reporte pérdidas.
Lo importante como agricultores no es incursionar en un mundo desconocido e incierto, sino lograr un mayor valor por el café. Incluso, da igual que se tueste en Colombia o en el resto del mundo, siempre y cuando el ingreso sea remunerativo.
La solución tampoco es la creación individual de marcas comerciales de café tostado; acreditarlas es más complejo que todas las actividades que se han mencionado; es ese un activo valioso de los grandes jugadores mundiales, como Juan Valdez, que no van a permitir que se les deteriore fácilmente.
Todo el que fracasa siempre buscará un culpable, más en un gremio de tradición paternalista.