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Analistas 01/12/2020

Ni un impuesto más

Analista LR

Lo peor que puede hacerse en una recesión es aumentar los impuestos. Más aun si viene acompañada de otras causas capaces, por sí solas, de desatar una crisis de vastas proporciones.

Cuando una economía cae por el debilitamiento de su demanda interna, el sentido común indica que el remedio no es debilitar todavía más esa demanda, sabiendo que ya va en caída libre.

Como el gasto de los hogares depende del ingreso disponible para atender sus necesidades, cualquier alteración afecta positiva o negativamente su capacidad de gasto. Por consiguiente, si se incrementa el monto de los impuestos que debe pagar al Estado, el contribuyente sufre una reducción instantánea de las entradas que puede gastar, con lo cual la demanda total del sistema se vuelve aun más anémica, precisamente en los momentos que es indispensable fortalecerla para salir de la recesión.

Algo similar sucede con las inversiones: menos fondos disponibles significan menores posibilidades de invertir, por más entusiasmo que exhiban los emprendedores.

Además, ¿quién dijo que los mayores impuestos entusiasman a los inversionistas?

Para simplificar el caso, podemos hacer una lista de fuentes que proporcionan los recursos de donde sale el gasto de consumo de las personas naturales; enseguida repasemos la lista, renglón por renglón, para buscar en cuál de ellos hay fondos que se incrementen al imponer gravámenes nuevos o aumentar los existentes. En ninguno, es obvio.

Si al total de los ingresos que recibe una persona le restamos la cantidad que debe entregarle al Estado por concepto de impuestos, tendremos su ingreso disponible. Luego si suben los impuestos, disminuye la parte de sus entradas que podrá consumir o invertir libremente, pues el ingreso disponible será siempre igual al ingreso total menos impuestos. Si Y es ese ingreso total, i los impuestos y D el disponible, siempre D = Y - i.

Sube i, disminuye D.

Ocurrirá lo mismo cuantas veces se repita la operación, hasta que Pitágoras se infarte.

¿Puede exigírsele que pague más tributos a una población agobiada por el virus, asfixiada por largos meses de confinamiento, con los nervios de punta y acosada por los efectos sicológicos del encierro?

Algo semejante ocurre con las empresas unipersonales, las pequeñas y medianas y hasta con las de mayor tamaño. Y no solo en Colombia sino en la generalidad de países afectados por el virus. Aunque allá a nadie se le pasa por la imaginación crear impuestos para gravar la crisis.

Aquí tenemos ya protocolos para todo, inclusive para imponer gravámenes a los damnificados. Se comienza hablando de distribuir la riqueza y terminan cargándoles más obligaciones a los mismos pagadores de siempre.

Lo urgente es robustecer la demanda interna y ofrecer condiciones atractivas a los inversionistas. Así se abren nuevos puestos de trabajo, atacando un desempleo que alcanzó niveles casi subversivos. De lo contrario no sucumbiremos por causa del virus sino como víctimas de una equivocada manera de combatirlo, agrediendo la vanguardia de quienes están llamados a derrotarlo.

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