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ANALISTAS 30/05/2025

¿Y el futuro no importa?

Ricardo Mejía Cano
Gerente de Saladejuntas Consultores

Algunos países han logrado saltos significativos en desarrollo humano, infraestructura, competitividad y calidad de vida en apenas dos décadas. Singapur, Corea del Sur, Taiwán y China representan ejemplos de cómo una visión clara, sostenida en el tiempo y compartida por los sectores político, empresarial y social, puede transformar una nación. Estos países no alcanzaron sus logros por accidente, sino porque definieron prioridades estratégicas y mantuvieron el rumbo con disciplina, más allá de los vaivenes del corto plazo. Colombia, por el contrario, parece estar atrapada en una dinámica reactiva, consumida por los escándalos del día y sin un proyecto común de largo aliento ¿Puede una nación avanzar sin saber hacia dónde quiere ir?

Colombia enfrenta un entorno político dominado por la controversia y el escándalo. Las denuncias, filtraciones, crisis ministeriales y enfrentamientos partidistas ocupan las primeras planas de los medios y los debates en el Congreso. Esta dinámica tiene un efecto paralizante: impide a los líderes políticos, empresariales y sociales concentrarse en los desafíos estructurales que determinan el futuro del país. Como en una empresa que dedica toda su energía a resolver los problemas operativos, pero nunca define una estrategia para innovar o crecer, Colombia se quedó a la deriva, atrapada en la urgencia y sin rumbo.

Esta ausencia de visión a largo plazo tiene consecuencias. Durante las últimas dos décadas, Colombia ha oscilado por debajo del puesto 60 en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial. Mientras tanto, países con menos recursos naturales pero mayor claridad de propósito han escalado posiciones de manera consistente. Sin una hoja de ruta concertada, los países no avanzan, y lo que no mejora, inevitablemente empeora.

¿Qué tienen en común los países que lograron transformar sus economías y mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos? A pesar de sus diferencias culturales, políticas y geográficas, estos países apostaron por cinco pilares fundamentales: educación de calidad, justicia efectiva, sistemas de salud eficientes, infraestructura moderna y un ecosistema robusto de apoyo a la iniciativa privada.

Educación: Corea del Sur pasó, en apenas una generación, de un país devastado por la guerra a una potencia tecnológica. Lo logró invirtiendo masivamente en educación, alineando el sistema con las necesidades del mercado laboral y promoviendo una cultura de esfuerzo y mérito.

Justicia: Singapur transformó su aparato judicial en un modelo de eficiencia, transparencia y cero tolerancia a la corrupción. Esto ha sido clave para atraer inversión y garantizar la estabilidad social.

Salud: Taiwán ofrece uno de los sistemas de salud más accesibles y eficaces del mundo, con cobertura universal, sostenibilidad financiera y uso intensivo de tecnología.

Infraestructura: China, en apenas tres décadas, construyó redes de trenes de alta velocidad, autopistas, puertos y zonas industriales que han integrado sus regiones y multiplicado su competitividad global.

Sector privado: Todos estos países entendieron que el emprendimiento, la innovación y la inversión privada son motores del desarrollo y promotores del bienestar colectivo.

Colombia no necesita inventar la rueda. Solo debe adaptar estas lecciones a su realidad y comprometerse a sostenerlas durante 20 años, independientemente del color político del gobierno de turno.

Imaginar una Colombia en 2045 dentro de los 30 países más desarrollados del mundo y sin pobreza extrema ni multidimensional no es una utopía, es una meta ambiciosa pero alcanzable. Requiere, eso sí, que todos los actores clave -partidos políticos, empresarios, academia y sociedad civil- se pongan de acuerdo en torno a esa visión. Entender que, sin importar las diferencias ideológicas, todos ganamos si el país progresa en estos cinco pilares.

Esta visión permitiría alinear los planes de gobierno, las agendas legislativas, los planes de desarrollo locales y regionales, las estrategias empresariales y la inversión social. Generaría confianza, previsibilidad y compromiso con un propósito, elementos fundamentales para atraer inversión extranjera, retener talento y reducir la polarización.

Quienes argumentan que no hay tiempo para pensar en el largo plazo porque los problemas del presente son urgentes, cometen un error imperdonable. El día a día, sin un rumbo, se convierte en un círculo vicioso. Por el contrario, cuando existe una meta clara, las decisiones cotidianas se orientan hacia ella. La inversión en infraestructura se prioriza según su impacto en competitividad, la reforma educativa se enfoca en reducir desigualdades y aumentar productividad, la lucha contra la corrupción se vuelve prioridad porque debilita la institucionalidad necesaria para atraer inversión.

En el mundo empresarial, las compañías más exitosas son aquellas que, incluso en momentos de crisis, mantienen su visión de largo plazo y ajustan sus tácticas sin perder el rumbo. Países como Colombia deben hacer lo mismo. La visión no debe cambiar cada cuatro años, sino consolidarse como un acuerdo nacional, como un pacto social de desarrollo.

Para entender la importancia de definir el rumbo futuro de Colombia se requieren estadistas más que políticos; empresarios que entiendan su rol como constructores de país, no solo como generadores de utilidades; académicos comprometidos con el bienestar general; y ciudadanos que demanden propuestas de futuro, no solo indignación con el presente.

Líderes como Lee Kuan Yew en Singapur, Park Chung-hee en Corea del Sur (a pesar de su autoritarismo), o Deng Xiaoping en China fueron capaces de proyectar el futuro y movilizar recursos, reformas y voluntades en torno a un proyecto común. Colombia no necesita imitarlos en todo, pero sí tener ese sentido de propósito y visión de Estado.

Colombia enfrenta retos inmensos, desde la desigualdad y la inseguridad hasta la desconfianza en las instituciones. Pero también tiene ventajas: una población joven, riqueza natural, una ubicación geográfica estratégica, y un sector privado dinámico. Lo que falta no es capacidad, sino dirección. Pensar en el 2045 no es evadir los problemas de hoy, es darles contexto y sentido. Es dejar de improvisar para empezar a construir. Es hora de que Colombia se atreva a soñar en grande y actúe en consecuencia.

Nota: Con un grupo de amigos empresarios y académicos hemos estado tratando de convencer a empresarios, candidatos a la presidencia y líderes de partidos políticos sobre la importancia de desarrollar una visión de país a 20 años. Todos nos responden que los problemas de hoy son muy graves, para perder tiempo pensando en el futuro.

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