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Parecería que el régimen del actual gobierno venezolano que encabeza las mayores violaciones a los derechos humanos, índices de pobreza, inseguridad y desplazamiento masivo en millones de personas, quisiera, por fin, cambiar el rumbo destructivo. Vemos hoy evidencias de una Venezuela buscando apoyar a quienes generan riqueza, trabajo y conocimiento en el país.
Las señales llegan de forma tenue pues, aunque ya se aceptó la dolarización de la economía, no hay seguridad jurídica y han sido tantos los maltratos, abusos, robos y expropiaciones que la confianza está lejos de recuperase. Sin embargo, no se pueden pasar por alto las conversaciones con Chevron y Repsol como anticipatorias a recuperar la industria petrolera que es la fuente indispensable y más importante de recursos para mover el aparato estatal, tener recursos de inversión y producir energía, que hoy sufre graves racionamientos. Así mismo, de esta activación dependería revivir la industria petroquímica, la siderúrgica, las empresas de aluminio y también la industria automotriz que está parada y desmantelada.
Para la hermana Colombia ese viraje significaría el regreso de migrantes a su natal Venezuela, quienes salieron de su país en busca de trabajo, alimentos, salud, medicinas, educación y seguridad; ellos serían de nuevo la fuerza de trabajo para la reactivación y la base para reiniciar relaciones comerciales con el país. No obstante, sorprende cómo los empresarios de ambos países han mantenido vivas esas relaciones, estimando el valor de su intercambio US$ 398 millones al año*. Una frontera activa se traduciría en la posibilidad de pasar de la trocha a las vías entre San Antonio y Cúcuta; y entre el Zulia y la Guajira por Paraguachón. Así mismo, se garantizaría el reconocimiento a los nuevos productos (calculados en unos 600*) y a los productos tradicionales que tranzan entre la ilegalidad y la legalidad por falta de tratados y acuerdos pero que son el pan de cada día. Todo ello se reflejaría en una mayor seguridad conjunta y control de la delincuencia en las fronteras, aún en medio de las diferencias, se reanudarían las misiones consulares para construir posibilidades humanitarias y comerciales.
La reactivación del comercio durante este año presenta el siguiente portafolio (según la Cámara de Comercio Colombo Venezolana): desde Colombia a Venezuela se venden productos químicos; alimentos y bebidas; materiales plásticos; fundición en hierro y acero; combustibles; animales; maquinaria eléctrica; papel y manufactura; confecciones; textiles; cueros; y productos, minerales. De Venezuela a Colombia los productos son: sal; azufre; piedras y yeso; algodón; grasas y aceites vegetales y animales; vidrio y manufactura; productos químicos inorgánicos; guata, fieltro y telas sin tejer; pescados; crustáceos y moluscos; frutos comestibles; plomo; alambrón y barras de hierro o acero sin alear; y desperdicios de aluminio, entre otros.
El trabajo de las cámaras de comercio binacional de Venezuela y Colombia, que trabajan en llave con empresarios silenciosos, luchadores, arriesgados y con la visión puesta en el futuro de la frontera, se debe apoyar para viabilizar el resurgimiento de la dinámica económica que deriva beneficio para todos. La convocatoria es reconstruir, con paciencia, resiliencia y solidaridad, una actividad comercial que permita compensar a los millones de personas que han sufrido como consecuencia de la ceguera política que quiso desaparecer la actividad natural entre hermanos.
Ojalá no sea Colombia quien ahora le falle al compromiso renaciente y vital para el comercio bilateral y cuente con la sabiduría de elegir la democracia, la libertad, la apuesta por el dinamismo empresarial, y no el delirio de un cambio que busca nivelar por lo bajo, por la pobreza, la represión y el sufrimiento.