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A Gustavo Petro no hay que oírlo. Hay que escucharlo. Hay que hacerlo porque entre arandelas, el ungido candidato de la izquierda, en realidad ha contado a los colombianos el rumbo que daría al país de llegar a la presidencia. Sus rimbombantes propuestas demandan un alto grado de atención y exigen superar el show mediático que tan solo banaliza. Ya estuvo bueno del morboso pulso entre la galería de los insultos versus la de los aplausos. Ad portas de regresar a las urnas, el trasfondo es lo que importa.
Petro, puede ser todo menos un político cualquiera. Curtido en el tejemaneje de la vida pública, adornó sin pausa un discurso que repite una y otra vez ante audiencias distraídas o poco versadas en muchas materias. Se adueñó de un mensaje que capitaliza el resentimiento y construyó un personaje que despierta pasiones mientras sepulta la razón.
Con ínfulas de caudillo, genera temores alrededor de aspectos de gran envergadura. Desde la campaña de 2018, es esquivo, por ejemplo, respecto al cambio de mando al final del cuatrienio. Argumenta que su proyecto político necesita al menos diez años y que varias de las reformas que pretende materializar demandan más de un periodo de gobierno. Su gaseosa respuesta, hace que la democracia se resienta ¿Buscaría, acaso, perpetuarse en el poder? Ni lo afirma ni lo niega.
Tampoco entrega suficientes detalles sobre su proyecto de ‵perdón social. Una iniciativa que escuda en la atractiva bandera de la paz y con la que mete en la misma bolsa al ELN y a un expresidente. Habla de entregas grupales, negociaciones colectivas y sometimientos. Incluso, se refiere a la posibilidad de conceder indultos a quienes considera ′injustamente perseguidos por manifestarse‵. ¿A dónde quiere llegar? ¿Haría un borrón y cuenta nueva con las violentas y subversivas primeras líneas? ¿Cuál es el objetivo de equiparar a Álvaro Uribe con un grupo terrorista? Los interrogantes se suman a la lista de dudas no resueltas
Pero, pasemos al asunto que mayor incertidumbre genera: las muchas ideas para democratizar que propone el exalcalde de Bogotá. La historia, de lo que se convirtió en el pilar de su retórica, empezó con vender la idea de despojar a los dueños de tierras que, bajo su criterio, una mañana cualquiera, graduó de improductivas. Con el tiempo, al detectar el fervor que produjo en ciertos sectores fomentar el odio de clases, evolucionó su tesis. Ahora, en el radar de su arbitraria repartición de lo privado entran hasta los ahorros pensionales. Un osado planteamiento que tuvo nula acogida.
Sin embargo, el hijo de Ciénaga de Oro, es un hombre hábil. Juega con el lenguaje, maquilla sus intenciones y, sin recato, manosea conceptos. No es casual que en el tramo final de la campaña se haya empecinado en convertir en sinónimo lo que nació para ser antónimo. Es evidente que apropiar suena más bonito e incluyente que expropiar. Nada interesa si el cambio de tercio tiene escaso sentido. Lo urgente es suavizar las arengas para confundir y calmar a las tribunas.
Por fortuna, el voto en Colombia aún es libre. Ojalá nunca deje de serlo. Voten por quien prefieran. No obstante, procuren tomarse el tiempo de comprender lo que oyen. Entre embelecos, Gustavo Petro, ha desnudado sus verdades. Como diría un recordado filósofo urbano: ′Después no diga que no le avisaron.