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Hay que felicitar a Petro por los logros de su caótica gestión destructora y decir que los gremios y los partidos políticos democráticos están rajados.
Aceptemos que aquí ni en el Estado ni en el sector privado hay compromiso, interés, determinación, voluntad política genuina, ni capacidad de hacer valer la ley de forma correcta y contundente.
Un cáncer no se cura con Mejoral ni con pañitos de agua tibia. Al Estado de Derecho lo opera la cultura del billete no un partidismo organizado. El parlamento, la justicia, los entes de control y las fuerzas armadas están permeados de una cultura corrupta y clientelista disfrazada de ideología.
Cuando uno va a cargar una mula para recorrer una trocha, lo más importante es balancear las cargas a cada lado de la enjalma, de lo contrario se condena a la mula a irse por un voladero, se arruina la carga y se pierde la mula. Pues lo mismo ocurre con el desempeño de la nación y el reparto de las cargas entre los gobiernos de turno y la responsabilidad asignada por empresarios y trabajadores a la actividad gremial y sindical.
El pacto social se destruye cuando ocurre un desbalance entre las fuerzas sociales que representan el sector privado, que son quienes producen, pagan impuestos y mueven la economía, y el sector público compuesto de burócratas que tienen un contrato temporal a sueldo como servidores, con el objetivo de facilitar la actividad de los particulares que son la mayoría y el electorado en los Estados democráticos.
Contrario al sistema de libertades y propiedad privada, en el modelo comunista, el Estado y la burocracia de un partido se adueñan de todo, reemplazan un sistema que redistribuye riqueza por la administración del empobrecimiento, donde unos pocos roban y el resto llevan del bulto.
Y es que en la Colombia (in)humana, la del virus de la vida, impera la miseria despótica del odio y el resentimiento de un destructor acomplejado que se cogió confianza y ahora viene por lo de todos enarbolado en su alucinógeno “poder constituyente”.
Pero lo peor es que la dirigencia nacional se lo está entregando todo voluntariamente para que se cambie el sistema de libertades por un neo-narco estalinismo, socialismo del siglo XXI, castrochavismo o populismo con falso disfraz democrático.
En Colombia se acabaron las personas íntegras capaces de defender con acciones y hechos reales la institucionalidad, el balance del país, y a los ciudadanos indefensos.
A quienes han sido jefes políticos con envergadura electoral y han ocupado posiciones importantes, el ego no los deja unirse a defender la democracia con hechos. Sin mayorías, su toreo es de salón.
Hoy los gremios y sindicatos desvirtúan el espíritu asociativo cuando olvidan que sin empresas no hay gremios ni sindicatos, y que, si el balance del país no cuadra, menos el de las empresas.
Los líderes gremiales olvidaron su función esencial, el país. No son capaces de utilizar su poderío económico para defender la libertad, la legalidad ni la democracia. Sus juntas directivas los convirtieron en cabilderos de intereses particulares ante parlamentarios, ministros y magistrados.
A muchos ricos se les olvidó que nadie se puede llevar negocios, tierra ni edificios para Miami y que en la maleta no viaja la prestancia, el respeto y el reconocimiento social que tienen como empresarios y empleadores en Colombia.
No es justo que mientras el pueblo grita “fuera Petro”, los gremios cortejen como invitado de honor a quien viene a cantarle a sus afiliados cómo es que les va a estatizar su negocio.
Entre tanto quien realmente manipula el caos político, económico y social, aceleró a la lata el empobrecimiento nacional y como dijo Alicia Eugenia Silva: “viene por todo”.
Del discurso terrorista, pasamos a la implementación del caos y la miseria. Petro le pasó el bulldozer al sistema electoral, a la salud, las pensiones, la moral y capacidad de las fuerzas armadas, las relaciones internacionales, el manejo de la economía, la educación y lo laboral.
Petro le mandó a pasar la grasera, al congreso, las cortes y los entes de control. Causó la implosión de las fuentes de ingresos del Estado y las regalías que produce el sector minero-energético, mientras el narcoterrorismo y su producción de coca y minería ilegal, se mecatearon la biodiversidad y las forestas.
Ahora le apunta a las cuentas bancarias de los particulares y a una narco-constituyente revolucionaria que terminará con la propiedad privada, la seguridad nacional, ciudadana, jurídica, económica y alimentaria.
“Aunque usted no lo crea”, como decía Ripley, y ya pasó en muchos países, Petro anunció ante todos los “alias” del gabinete invitados al ritual, la implementación del “corralito financiero”, la semana pasada en Cartagena ante una agremiación bancaria genuflexa, aduladora y cabildera.
Como todo lo anunciado por Petro, lo cumplirá, así sea por la vía ilegal que es la que él domina. ¿Qué más se puede esperar de un terrorista, que una letal inyección de desequilibrio aplicada en la vena por donde pasa la vida economía del país?
“Habrá que felicitarlo” mientras no haya una unidad política y gremial que en lugar de mostrarle miedo a que los muerda o les impute un delito injustamente, lo contenga con firmeza y lo mande a donde realmente pertenece en su condición de criminal auto indultado.