Aciertos y omisiones del FEM

El Foro Económico Mundial, FEM, celebrado cada enero en Davos, se ha consolidado como un espacio de anticipación. Allí se debaten los principales riesgos que amenazan la economía global y se delinean las grandes tendencias que podrían dar forma al corto y mediano plazo. Sin embargo, a medida que 2025 avanza, resulta pertinente evaluar el grado de precisión de sus proyecciones y, más aún, su relevancia como herramienta para la toma de decisiones.

El informe de riesgos globales del FEM alertó este año sobre la persistencia de una superposición de desafíos económicos, climáticos, tecnológicos y geopolíticos (policrisis). En materia comercial, por ejemplo, se anticipaba un entorno de creciente fragmentación, proteccionismo selectivo y tensiones estructurales en las cadenas de valor. Las cifras más recientes del Banco Mundial confirman esta tendencia: se espera que el comercio mundial crezca apenas un 2,8% en 2025, lejos de 4,9% promedio previo a la pandemia. A ello se suman las restricciones al comercio de bienes sensibles y la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China, particularmente en sectores como la inteligencia artificial, los semiconductores y las tecnologías limpias.

En lo ambiental, el Foro situó los eventos climáticos extremos entre los cinco principales riesgos para los próximos dos años. Solo en el primer semestre, se han registrado olas de calor históricas en Norteamérica y Asia, con impactos visibles en la productividad agrícola, la salud pública y el suministro energético. Según la FAO, las pérdidas económicas globales atribuibles a fenómenos climáticos extremos ya superan los US$25.000 millones en lo que va del año.

América Latina ha encarnado muchas de las tensiones señaladas por el Foro, aunque sin recibir la atención proporcional en sus análisis. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, prevé un crecimiento regional de apenas 1,7% para 2025, el más bajo entre las economías en desarrollo. Persisten la informalidad laboral -que afecta a más de 50% de la fuerza de trabajo-, la debilidad de los sistemas fiscales y la inestabilidad institucional. Además, la región enfrenta un dilema profundo: avanzar hacia la descarbonización sin sacrificar sus ingresos provenientes de recursos naturales. Países como Colombia, Brasil y Argentina debaten este año, en medio de procesos electorales o de reacomodos políticos, cuál debe ser el ritmo y el costo social de la transición energética. El FEM ha abogado por una economía verde, pero aún no ofrece respuestas concretas sobre cómo hacerlo sin agudizar las desigualdades.

Por otra parte, si bien el Foro mencionó la necesidad de una gobernanza efectiva para las nuevas tecnologías, no previó del todo la aceleración con la que la inteligencia artificial generativa ha penetrado mercados emergentes, generando debates regulatorios y cambios laborales que ya son visibles en países de ingreso medio. Tampoco se anticipó con claridad el peso político que estas transformaciones tendrían en los procesos electorales de 2025.

Más allá de si acierta o no en cada pronóstico, el valor del FEM radica en su capacidad para generar alertas tempranas y en su influencia sobre la agenda pública y empresarial global. No obstante, esa influencia será limitada si los diagnósticos no se enriquecen con lecturas más plurales, alejadas de los marcos dominantes del Norte. América Latina, África y el Sudeste Asiático no pueden seguir siendo notas al pie en informes que buscan trazar el futuro del planeta.

En síntesis, las proyecciones del FEM han sido, en buena medida, atinadas en el plano global, pero todavía requieren mayor precisión regional, más rigor empírico y, sobre todo, una visión más inclusiva. Porque en tiempos críticos, no basta con anticipar el futuro: es urgente intervenirlo desde la evidencia, la diversidad y la responsabilidad compartida.