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El tema más importante para el siguiente Gobierno será el fiscal. Resolverlo requerirá una estrategia para poner al país en una senda de acelerado crecimiento, para que el recaudo tributario aumente de manera importante, y las métricas fiscales, como el déficit y la deuda en proporción del PIB, pasen de rojo a naranja. También serán necesarios esfuerzos en todos los frentes, mediante una combinación de todas las formas de lucha: buscar mayores ingresos tributarios -minimizando el impacto sobre inversión y crecimiento; reducir inflexibilidades presupuestales, para hacer ajuste de gasto; recortar planes de inversión y de gasto en burocracia, en una política de austeridad inteligente; vender y enajenar activos públicos, para reducir los niveles de deuda; en fin, un número importante de medidas que pongan a Colombia en una senda fiscal sostenible y reduzcan el costo de financiamiento del Estado, y de todo el sector privado.
Sin un ajuste fiscal creíble, la deuda y los intereses seguirán en aumento, y no habrá recursos ni para la seguridad ni la salud, quizás los dos temas más relevantes en este momento para los colombianos. No obstante, de ahí surge una gran paradoja electoral. El tema fiscal no está en la mente de los votantes. Las advertencias de los centros de pensamiento, los analistas económicos, los gremios y los académicos sobre la preocupante situación fiscal, tienen un alcance limitado y permean solo un pequeño espectro del debate público. En la calle, el transeúnte casual muestra un natural desinterés por este tema.
De hecho, en la actual coyuntura, donde la economía luce mejor, gracias al influjo de remesas, a los buenos precios de las materias primas y los productos agrícolas que el país exporta, a las rentas ilícitas, que terminan avivando el gasto, y el descenso de la inflación y las tasas de interés de corto plazo, el ciudadano de a pie tiene pocos indicios de la crisis fiscal en ciernes. Los abultados déficits, la ruptura de la Regla Fiscal, los presupuestos inflados del Gobierno son temas distantes para la mayoría de los votantes; bien podríamos estar hablando de otro planeta.
El aumento de las primas de riesgo y de las tasas de interés de largo plazo afectan poco la economía de las familias, a pesar de su efecto negativo en las decisiones de inversión. Por su parte, el dólar, anestesiado por la incertidumbre de la política económica en Estados Unidos, tampoco sirve de termómetro de la compleja situación fiscal del país. Para el observador común, un tipo de cambio relativamente estable en $4.000 por dólar es un sutil recordatorio de que su atención debe estar en otro lado.
Esta paradoja hará que el trabajo de los candidatos presidenciales sensatos sea más difícil. Las propuestas para enmendar el rumbo en materia fiscal no son necesariamente populares, aunque estimo que el mensaje de un menor gasto público puede ser bienvenido, en un país donde la gente percibe que sale adelante no gracias, sino a pesar, del Estado. Es probable que los votantes prefieran escuchar propuestas sobre seguridad, salud y empleo, como si estos temas estuvieran desconectados de la discusión fiscal. Lo más sensato, para los candidatos, el próximo Gobierno y el futuro del país, es buscar un consenso en medio de los debates de campaña, de la importancia y la urgencia de enmendar rumbo en materia fiscal. Ojalá podamos construir un acuerdo básico sobre dicho tema antes de las elecciones de 2026.
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