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Analistas 19/12/2023

La decadencia de lo occidental

Ignacio-Iglesias

En estas fechas finales del año, siempre surgen momentos para parar y echar la vista atrás para recordar lo que nos ha deparado el devenir de los últimos meses, así como intentar imaginar con qué nos vamos a encontrar en el futuro inmediato. Digo intentar, porque quien crea saber sin duda alguna lo que va a acontecer, miente como un bellaco.

A mí me ha dado por pensar en algo poco original. El modo de vida occidental, como referente para cualquier país que buscaba desarrollarse y crecer en lo político, económico y social y espejo en el que mirarse para lograr una mejor calidad de vida de los ciudadanos de un país cualquiera, ¿está perdiendo ese aura referencial? Aún formando parte de ese mundo y, en líneas generales, aceptando sus valores y sus planteamientos vitales, tengo que decir que mi respuesta se acerca más a un sí: sí está perdiendo ese calificativo.

Tanto interna, dentro del propio mundo occidental, como externamente, nuestro modus pensandi et vivendi, ya no es tan apetecible e imbatible. Incluso diría más, es denostado porque es un mundo que está condenado a desaparecer, aunque sólo sea por el hecho del envejecimiento poblacional en muchos de los países de nuestro entorno.

Creo que esta decadencia o mejor dicho preeminencia que era incuestionable tras la segunda guerra mundial con la división simplista del mundo en dos grandes bloques, ha comenzado su declive desde el final de la guerra fría, momento en el que se acabó con el maniqueísmo de buenos (nosotros) y malos (ellos). Incluso iría más allá, las utopías o revoluciones sociales de finales de los sesenta en diversos lugares del mundo: París, Praga, México, California…, ya eran una señal de que algo no funcionaba dentro de nuestro mundo.

Desde entonces han ido surgiendo alternativas que poco a poco iban cuestionando algunos de nuestros valores: sociales (aumento desmedido de la delincuencia, de la drogadicción, de los desequilibrios sociales…), familiares (caída de índices de natalidad, mayor número de divorcios y familias desestructuradas, maltrato) e incluso personales (corrupción, poca ética en el trabajo, cada vez menor interés por el conocimiento y el aprendizaje)

A todos estos elementos rapiñadores de nuestra bondad incuestionable, habría que añadir algunos hechos que han multiplicado exponencialmente ese camino de descrédito y, sensu contrario, han ido justificando las bondades de otras alternativas/culturas: el atentado de las Torres Gemelas en septiembre de 2001 que supuso el mayor ejemplo de la pérdida de poder y control de EE.UU. como líder global, la crisis financiera de 2008, la aparición de dos nuevos gigantes poblacionales y económicos como son China e India con el cuarenta por ciento de la población mundial y por ende el desplazamiento hacia oriente de la batalla geopolítica actual y el auge de la globalización y del multiprotagonismo geográfico, el crecimiento del islamismo fuera de sus zonas primigenias, los movimientos migratorios masivos o el gran número de movimientos antisistema que día tras día apalean lo que para ellos es nuestra manera egoísta de vivir y esquilmar el planeta. Para esto último cuentan con un aliado inestimable: las redes sociales y con ellas el auge incontrolable de las fake news, generando una posverdad intransigente y demagógica.

Todo lo anterior no puede olvidar que, en todo caso, ese mundo occidental sigue dirigiendo el sistema bancario y financiero internacional, pese a los intentos infructuosos de crear modos de pago alternativos y monedas ajenos a la ortodoxia y control regulatorio como las criptomonedas; bajo su mando están los mayores arsenales de guerra existentes; es el principal productor de productos “de valor agregado” y principal cliente en el comercio internacional; dirige los mayores desarrollos tecnológicos, científicos y educativos; domina las principales rutas marítimas, la industria aeroespacial, los medios de comunicación, entre otras muchas más consideraciones.

Sin embargo y pese a esa relación de galardones mencionada en el párrafo anterior, tengo la sensación y cada día hay ejemplos que me reafirman en mi pensamiento, que las naciones denominadas democracias occidentales, están en franca decadencia. Es como si el duro trabajo que realizaron durante la guerra fría, donde debían exponer a diario sus bondades, las haya dejado agotadas; sin argumentos convincentes que les garanticen no ya su liderazgo, absolutamente cuestionado, sino su mera supervivencia.

La guinda de todo este desmoronamiento es el auge de los nacionalismos populistas radicales y sectarios a ambos lados del espectro político; clara muestra de que algo tan intocable como el sistema político occidental defensor a ultranza de la división de poderes y del pluralismo político, es atacado, no ya desde el lado no occidental, sino desde los propios países, moviéndose hacia sistemas autocráticos, cada vez más cercanos al de otros países señalados como no democráticos.

La disposición de otras sociedades a aceptar los dictados de occidente o a aguantar sus sermones como paradigma de lo que hay que perseguir para lograr un mundo mejor, se está desvaneciendo rápidamente, y lo mismo sucede con la confianza de occidente en sí mismo y en su voluntad de dominio.

De esta decadencia y cuestionamiento junto con la afirmación de otras civilizaciones que ya no aceptan nuestra superioridad y liderazgo aparecen relaciones complicadas entre occidente y el resto de las culturas, aumentando las tensiones geopolíticas que devienen en una paz insegura y un aumento de las relaciones competitivas nocivas.

Por primera vez en la historia, la política global es a la vez multipolar y multicivilizacional; la modernización económica y social no está produciendo ni una civilización universal, como se perseguía a finales del siglo pasado, en sentido significativo, ni la occidentalización de las sociedades no occidentales.

El equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando. Occidente va perdiendo influencia relativa; las civilizaciones asiáticas están aumentando su fuerza económica, militar y política; el islam experimenta una explosión demográfica de consecuencias desestabilizadoras no sólo para los propios países musulmanes y sus vecinos, sino para muchos países occidentales; las civilizaciones no occidentales están reafirmando el valor de sus propias culturas.

Está surgiendo un orden mundial muy diferente del que teníamos en la cabeza como incuestionable hace unos años. Las sociedades que comparten afinidades culturales cooperan entre sí. Los esfuerzos por hacer atraer a su causa a sociedades de civilizaciones ajenas resultan infructuosos. Los países se agrupan en torno a los Estados dirigentes o centrales de sus civilizaciones, volviendo a un mundo de bloques; no de dos bloques, pero sí más polifortificado.

No quiero parecer ni catastrofista ni negativo en absoluto, simplemente debemos ser prácticos y asumir que nuestra civilización ni es única ni es universal y que por lo tanto toca mejorarla, renovarla y preservarla frente a la influencia de otras que, al contrario de lo que pasaba en décadas anteriores cuando nos miraban como ejemplo, ahora buscan todo lo contrario: cuestionar e influir negativamente entre muchos de nuestros coetáneos, para que se genere una implosión que ponga patas arriba todo lo que se ha construido durante años.

En nuestras manos está que lo logren o no.

Por cierto, al hilo de todo lo anterior, ¿no es una muestra más de esa decadencia que ni siquiera haya unanimidad entre los países de nuestra esfera política y geográfica sobre la posición frente a la guerra en Ucrania y/o el conflicto entre israelitas y palestinos?

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