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Analistas 04/11/2021

La sinfonía de los adioses

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Franz Joseph Haydn es reconocido como el padre de la sinfonía clásica y uno de los compositores más prolíficos de una época en la que los músicos dependían de la generosidad de sus mecenas para sobrevivir dignamente, aunque era usual que recibieran el mismo trato que el resto de la servidumbre de sus aristocráticos benefactores.

El artista vienés fue durante varios años empleado de la familia Esterházy, una de las más poderosas del imperio austríaco, y en tal condición debía alejarse de su residencia familiar por períodos prolongados, con el fin de satisfacer las exigencias de sus patronos.

En 1772, la estancia veraniega en el palacio Esterházy se prolongó más allá de lo esperado y los integrantes de la pequeña orquesta conducida por Haydn, que también estaban al servicio del príncipe Nicolás, le suplicaron a su director que intercediera por ellos para poder reunirse con sus familias.

El compositor encontró una ingeniosa manera de hacerlo y escribió su célebre sinfonía de los adioses en cuyo movimiento final los músicos apagan los candiles, cierran los cuadernos de las partituras, toman los instrumentos y van abandonando, uno a uno sus atriles hasta dejar a dos violinistas que, solitarios, concluyen la interpretación de la obra.

El mensaje que el maestro austríaco le transmitió a su señor con tan curiosa manera de concluir la sinfonía (y que este entendió con tal claridad que al día siguiente regresó a Eisenstadt junto con Haydn y los músicos), se aplica con sorprendente vigencia a lo que el mundo está viviendo en cuanto a la incapacidad de las organizaciones para atraer y fidelizar el talento, en lo que se conoce como la “gran renuncia” o el “gran desgaste”.

Hoy, lo mismo que hace dos siglos y medio, los trabajadores necesitan de un balance adecuado entre las actividades laborales y sus necesidades personales, con el fin de mantener la salud física y mental, la productividad y las conexiones entre el propósito personal y los objetivos de la organización que además de las manos y el intelecto, involucran siempre al corazón.

Estas necesidades se han hecho más evidentes en la medida en que los empleados, como consecuencia de la pandemia, comienzan a entender su trabajo de manera diferente. La optimización del tiempo antes dedicado a desplazarse hasta el sitio de trabajo y regresar a sus hogares en una rutina a menudo contraria a lo que significa la calidad de vida se convirtió en una ventaja del trabajo remoto, pero sus beneficios se evaporan con facilidad ante la abrumadora exigencia de la presencia digital permanente y la ausencia de interacción con otras personas en las labores cotidianas.

Conviene preguntarnos si estamos desaprovechando las enseñanzas que adquirimos en los últimos 20 meses al forzar el regreso a un esquema presencial que, por su falta de flexibilidad, parece no tener cabida en el mundo del trabajo actual. Al hacerlo podemos estar promoviendo la rotación masiva o el desgaste de la fuerza de trabajo con las nocivas consecuencias que esto conlleva. Basta recordar la ineficacia de tratar de conservar el talento de manera artificial a través del salario, si no le damos relevancia a las necesidades de equilibrio de vida que todo trabajador anhela.

Si el príncipe Nicolás Esterházy entendió el mensaje hace casi 250 años, ¿qué estamos esperando para entender el riesgo y actuar en consecuencia?

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