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Analistas 19/10/2019

No sabemos nada

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Tenemos solo 300.000 años. Descendemos de otras especies de hominones, cuyos antepasados se separaron de los de los simios hace siete millones de años. Eso es poco si se tiene en cuenta que el universo puede tener hasta 15.000 millones y el sistema solar que habitamos tiene unos 5.000 millones y es marginal en la Vía Láctea, solo una entre 200.000 millones de galaxias.

Somos producto del azar y no sabemos si hay otras formas de vida en este universo con las que podamos compartir capacidades para construir discurso para reproducir la realidad, en algún grado; hasta ahora estamos solos en la función comunicativa que nos caracteriza, y solo desde hace unos 100 años avanzamos en extender el lenguaje escrito a la mayoría de la población y hemos comenzado a enriquecer la relación con los animales que hemos domesticado: perros, gatos y caballos.

Hasta hace 10.000 años éramos cazadores, pescadores y recolectores. Solo como consecuencia de grandes cambios climáticos, inducidos por causas no conocidas con precisión, se pudo cultivar ciertas plantas y acumular su producto, lo cual a su vez permitió construir urbes y establecer instituciones de cierta complejidad, con separación de funciones entre quienes tomaban decisiones y el resto de la población.

Nuestro número aumentó en forma paulatina, de unos 200 millones hace 2.000 años, en la época en que vivió Jesús de Nazareth, a unos 500 millones hace medio milenio, cuando comenzó la conquista del resto del mundo por Occidente, y 800 hace 200, cuando comenzó la revolución industrial que cambió la actividad de gran parte de la población humana y multiplicó su capacidad para la destrucción. Al comenzar el siglo pasado se había doblado la población en 100 años, a 1.500, y al terminar se había cuadruplicado, a unos 7.000 millones. Solo ahora más de la mitad de la población del mundo es urbana.

Aunque Aristarco de Samos dedujo hace más de 2.200 años que el sol estaba en el centro del sistema solar en que habitamos, y que la tierra no era el epicentro del universo, solo se acogió esa explicación de manera universal hace menos de 600 años, a raíz de las investigaciones del sabio polaco Nicolás Copérnico. El entendimiento de la realidad perceptible solo se ordenó alrededor de un modelo completo con los aportes de Isaac Newton, sabio inglés que formuló la teoría de la atracción entre las masas e inventó el cálculo infinitesimal para explicar el movimiento. Solo en el siglo XIX James Clerk Maxwell planteó su teoría rigurosa de la electricidad. Albert Einstein, judío alemán, formuló la teoría de la relatividad a principios del siglo XX, y en la misma época se construyó el edificio conceptual de la física cuántica, pero hasta ahora no se ha podido conciliar el modelo cuántico y el gravitacional, consistente con la teoría de la relatividad.

A finales del siglo XX se detectó que nuestro universo está en expansión a tasas crecientes, lo cual solo se concilia con el resto de datos conocidos si se plantea la existencia de una manifestación de la energía, la energía oscura, con propiedades opuestas a las de la gravedad. Sobre la energía oscura, que explicaría tres cuartas partes de la energía total en el universo, no se sabe nada, y sobre la materia oscura, que explica cuatro quintos del resto se sabe muy poco.

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