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Analistas 27/08/2024

Yips laborales

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

En los Juegos Paralímpicos participan deportistas con discapacidades físicas, sensoriales e intelectuales. Lamentablemente, también excluyen las psicológicas, como las que paralizaron a Biles.

Durante las olimpiadas de la traumática pandemia, escribí sobre la tragedia de la diosa gimnasta y su reivindicación de la salud mental (Biles: há-biles y dé-biles, https://t.ly/VAJc8). Tras contemplar la restauración de sus poderes, desafiemos la normalización del trastorno laboral, la desalmada gestión humana y la desvirtuada resiliencia, con la que justificamos tantos abusos sistemáticos.

Verbigracia, según Workforce (Korn Ferry, 2024), 71% de los líderes empresariales confiesa mediante encuestas anónimas que padece Síndrome del Impostor; pese a haber demostrado alto desempeño, esos ejecutivos reconocen que se sienten inferiores, sus capacidades están debilitadas o las exigencias los superan.

Entretanto, intentando abandonar el desempleo, escapar de un trabajo tóxico o procurar alguna promoción, 99% de los profesionales nunca logra triunfar, y su «mojo» termina degradándose o extinguiéndose. Paradójicamente, ese desenlace es comparable al de tantas estrellas fugaces o artistas de 1 solo éxito (one-hit wonder), que tras empezar a destacarse anticipan el final de sus carreras porque colapsan -se les van las luces, no superan el ruido de una racha negativa, y pierden motivación o confianza/control en su talento-.

Liquidada, una proporción significativa se autoexcluye de cualquier concurso; frustrada, otra fracción relevante se afilia a la Renuncia Silenciosa, y el representativo segmento residual acaba incapacitándose por Desgaste, ante la extralimitada presión o sobrecarga (burnout), o Ergofobia, la persistente ansiedad ante el fracaso potencial (overthinking).

No ayuda que en esta época las «contracciones» de personal sean inminentes. Absurdo, así automatizamos el empuje para arrojarnos sobre la cuerda floja, y recorrerla sin red de seguridad, porque la salvaje competencia convirtió en antagonistas al jefe/equipo.

Cobardes, muchas empresas terminan sus procesos de selección sin dar la cara (ghosting); acaso envían notificaciones superficiales y genéricas, que niegan a los candidatos la retroalimentación necesaria para entender por qué los eliminaron. Como contraprestación, parece justo que le entreguen a ese grupo de interés el informe automático de la evaluación de competencias, resaltando los aspectos estratégicos en los que ese instrumento sugiera corregir, enfocar o equilibrar su empleabilidad.

En los despidos también se ausenta la rendición de cuentas. Y, sin una debida diligencia de conclusión, los marginados son sometidos a la rumiación, el estigma ante eventuales empleadores o la vergüenza frente a sus dependientes, porque el trabajo sirve como refugio o permite cubrir ciertos vacíos.

Mientras presuntos expertos emiten ignorantes, despiadados o «viles» juicios, los afectados deben reprimir su tribulación y fingir compostura; su duelo inicia con la creencia de haber defraudado expectativas, malogrado esfuerzos o desperdiciado oportunidades, y culmina con el desvanecimiento de aquello que los inspiraba o les recordaba la equivalencia entre «valorar» y «co-laborar»: palabras cuya permutación resuena.

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