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En 1959, en una decisión tan audaz como visionaria, los cafeteros colombianos decidieron crear una marca para representar su producto insignia: el café.
Mientras el mundo seguía viendo los bienes agrícolas como simples commodities, Colombia apostó por diferenciarse en origen, calidad y reputación. Así nació la marca Café de Colombia, y con ella, uno de los activos intangibles más poderosos de la historia reciente del país.
Lo que entonces parecía una jugada arriesgada se convirtió en una revolución silenciosa en el mundo del marketing. En los años siguientes, marcas globales aplicaron el modelo de la caracterización: Marlboro generó un estilo de vida con su vaquero, Bimbo dio vida a su oso, Michelin a su muñeco, y hasta los cereales cobraron personalidad en las manos de figuras como el tigre Tony o el capitán Crunch. La personificación era una estrategia para humanizar valores, conectar emocionalmente y generar lealtad. Café de Colombia hizo lo propio con Juan Valdez: un cafetero de sombrero y carriel, acompañado siempre por su mula, que no solo representaba a los productores del grano, sino también los valores de una nación.
Esa marca, que comenzó como un esfuerzo colectivo para defender el valor de un producto agrícola, ayudó a transformar la historia económica del país. A comienzos de los años 70, el café representaba 55% de las exportaciones colombianas. Y aunque hoy esa cifra ha disminuido por la diversificación de la economía, aún sigue siendo 1,8% del PIB nacional y 20,75% del PIB agrícola. Café de Colombia continúa siendo una de las marcas más reconocidas del mundo, y Juan Valdez es un ícono cultural que trasciende generaciones.
Pero los tiempos cambian. La revolución digital, la inteligencia artificial y los nuevos códigos de comunicación obligan a repensar cómo una marca viva, construida sobre valores humanos, debe adaptarse. Ya no se trata solo de tener una figura visible, sino de evaluar con responsabilidad la estrategia de comunicación que encarne los valores de una nación entera. La visibilidad global conlleva riesgos, pero también oportunidades. La interacción debe evolucionar sin perder la esencia.
Hoy, la marca Café de Colombia está más vigente que nunca. Cada saco que exportamos nutre su valor. Cada hogar que se conecta con una libra de café tostado, con un frasco de café liofilizado, o con una bebida lista para consumir, RTD, está contribuyendo a elevar el brand equity de este símbolo nacional. Las tiendas Juan Valdez continúan su expansión internacional, abriendo mercados, ganando ciudades y construyendo una conexión emocional y sostenible con millones de consumidores en el mundo.
En el World of Coffee celebrado recientemente en Ginebra, Suiza -uno de los escenarios más relevantes de la industria global del café-, Café de Colombia fue seleccionado como Portrait Country y actuó como patrocinador oficial del evento. Esta distinción no solo confirma la solidez de la marca a nivel mundial, sino que refuerza su posición como referente de calidad, origen y sostenibilidad. En ese marco, presentamos una activación de marca sin precedentes: una interacción holográfica con un Juan Valdez de tamaño real, impulsado por inteligencia artificial. La recepción fue extraordinaria. Más que una curiosidad tecnológica, fue un ejercicio revelador sobre cómo evoluciona el vínculo entre consumidores y marca.
Esa celebración coincidió, además, con los 98 años de existencia de la Federación Nacional de Cafeteros, y fue acompañada por una innovadora campaña digital que movilizó el orgullo nacional como pocas veces antes. A través del uso de inteligencia artificial, cientos de colombianos, así como empresas, gremios e incluso personas en el exterior, se sumaron espontáneamente a una campaña viral sin precedentes en la publicidad del país. Fue una expresión masiva de cariño y sentido de pertenencia, que demostró que Colombia unida sabe a café.
Estos ejercicios nos dan valiosos insumos, necesarios para en su momento decidir el camino a seguir. Lo que está claro es que la marca Café de Colombia, nacida de una decisión colectiva e inteligente, sigue siendo uno de los mayores patrimonios de los caficultores. Porque en cada taza, en cada historia, en cada rincón del mundo donde un consumidor se encuentra con nuestro café, se refuerza la convicción de que no vendemos solo un producto: entregamos el legado de una nación que decidió darle rostro, voz y valor a su origen.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente