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Analistas 06/02/2025

Orocué 2025

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Todos los baños públicos en la ruta que va de Yopal hasta Orocué conducen a La Vorágine: Arturos y Alicias definen, creativamente, la identidad de quienes les usan. Dentro del género literario, se entiende. Saben en el llano que la reciedumbre y lo genuino se reparten por igual entre hombres y mujeres, aunque aún falte escuchar mejor a estas últimas, como sugiere maravillosamente la obra de la joven artista Érika Pinedo, expuesta en la Casa Museo de José Eustacio Rivera, o puesta en práctica cada día por doña Margarita Guayabo, ceramista y sanadora de ancestro Sáliba. Bendito su casabe, que podría llegar mucho más lejos si “la gente estuviese más interesada en trabajar que en mendigar”, según sus propias palabras.

Casanare avanza en su propuesta de turismo cultural y de naturaleza, evidentemente inseparables, y paso a paso busca reemplazar las regalías petroleras, en declive, por otras fuentes de ingreso más sostenibles. Sorprende Orocué, el puerto fluvial que conectó desde el siglo XIX Europa con Colombia a través del Orinoco, por las inversiones en infraestructura (a veces con demasiado cemento para mi gusto), educación de calidad y servicios públicos gratuitos a la comunidad, evidentes para quienes visitan una de las ciudades más promisorias del llano.

Con una gastronomía honesta y en evolución, lejos del estereotipo (delicioso) de la “mamona” como plato insignia y más cerca de la pesca que de la vaca, Orocué se perfila como destino turístico producto de la consolidación de la “Ruta de la Vorágine”, que conecta decenas de proyectos de hotelería rural con visitas a palmares donde se combina la conservación con la producción de aceite certificado ambientalmente en medio de una red de casi 20 reservas privadas, que garantizan la conectividad a lo largo del río Cravo Sur, delicia para un canotaje meditativo que lleva en pocas horas hasta el río Meta.

Gracias a TNC Colombia por la invitación a apoyar estas iniciativas, donde crecimiento económico y sostenibilidad significan regeneración ecológica y oportunidades para todos y todas, incluso como resultado inesperado de las intervenciones viales, que crearon condiciones para bosques que se estiran por el paisaje como nuevas galerías de biodiversidad.

El parque ecológico Wisirare, de la Gobernación de Casanare, ha sido reconstruido y opera gracias a las contribuciones de la Fundación Palmarito, que hoy en día, en conjunto con la U Nacional, garantiza la reproducción efectiva del caimán llanero, especie emblemática que empieza a repoblar áreas protegidas. Esta reserva, que en realidad es un distrito de riego fracasado de los años 70, es hoy una iniciativa ambiental innovadora y está demostrando, junto con río Bita, protegido por acuerdos ciudadanos en Vichada, que los intereses compartidos en la conservación pueden tomar otros caminos creativos.

Ojalá Wisirare se convierta en estación de investigación sobre la ecología de las sabanas inundables: cientos de especies de aves utilizan hoy sus esteros para alimentarse y reproducción las lagunas “moduladas” que resultaron convertidas en salacuna de peces y tortugas, y ofrecen todas las oportunidades para compartir con la cultura Sáliba de los resguardos aledaños, organizados y activos en la gobernanza de un territorio que se dice inspiró hace 100 años una de las más grandes obras de la literatura colombiana. Habrá que pedir a los torbellinos que se tragaron a Alicia y Arturo en la selva que les den una segunda oportunidad sobre la tierra.

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