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Hoy me aparto, deliberadamente, de la línea jurídica que suele orientar mis escritos. Lo hago movido por una creciente preocupación, la evidente falta de organización y liderazgo de los políticos, incluidos los precandidatos presidenciales y la alarmante ausencia de coherencia en un país que lo necesita y reclama con urgencia.
La Real Academia Española define lo inexplicable como aquello que resulta incomprensible, inconcebible, indescifrable, indescriptible, injustificable. Difícil encontrar términos más adecuados para describir las actuaciones erráticas, provocadoras y manipuladoras del actual gobierno.
Y es que, por más que se intente encontrar justificaciones desde lo legal, lo lógico o lo constructivo, sus ejecutorias carecen de causa o propósito que honre el mandato de gobernar.
El lenguaje desafiante, la falta de gestión, la corrupción rampante, el desprecio sistemático por las instituciones, la descalificación constante de los opositores y la repetición de falsedades que terminan por instalarse como verdades, han provocado un profundo desconcierto nacional. Pero lo más doloroso es que ese discurso confuso y hostil juega, sin pudor, con las ilusiones de quienes más necesitan esperanza y soluciones.
El gobierno ha adoptado un tono de confrontación permanente, sembrando la idea de que nada funciona, de que el caos es natural y la división necesaria. Enfrenta no sólo a sus opositores políticos, sino también a sectores fundamentales como el empresarial, dañando la estabilidad económica y social. Este comportamiento puede ser comprensible únicamente si se parte de la idea de que quien ostenta el poder se cree dueño del país, guiado por un complejo mesiánico o por una ambición desmedida, donde el poder no es un medio para servir, sino un fin en sí mismo.
A pesar de lo paradójico que resulta, lo inexplicable se explica cuando se observa el objetivo real: perpetuarse en el poder. No hay ideología clara ni coherencia programática. Solo una estrategia vacía sostenida por discursos inflamados por una lógica de confrontación y división que tiene como único norte preservar los privilegios del actual gobierno a cualquier costo.
Lo realmente preocupante, incluso más que el actuar del gobierno, es la falta de reacción seria, articulada y generosa por parte de los dirigentes y sectores de oposición. La vanidad política, los intereses individuales, la ausencia de orden y de propuestas claras se han vuelto la constante. El país espera algo más que indignación: espera dirección, acción efectiva e idónea y coraje.
La institucionalidad -reflejada hoy en el Congreso y las altas cortes- ha mostrado cierta solidez. Sin embargo, todavía no vemos un liderazgo fuerte y claro, no vemos programas estructurados, propuestas viables y ejecutables que ofrezcan una salida real a la crisis. Persisten las campañas de impacto sin contenido, los discursos que emocionan pero sin sustento y así no se generan soluciones, solo se profundizan los vacíos.
En el mundo empresarial ya se sienten las consecuencias: los inversionistas se alejan, la incertidumbre crece y la economía se resiente. Lo más grave es que la gran mayoría de colombianos no tiene otra alternativa que quedarse. Aquí hemos trabajado, construido, sudado, y en muchos casos, hasta sangrado por lo que hoy está en riesgo de perderse.
Nos espera un año duro. El gasto público -léase, nuestros impuestos- se usará sin pudor con fines electoreros. Se financiarán campañas disfrazadas, se impondrán discursos vacíos, se comprarán conciencias con el dinero del pueblo.
Ante semejante panorama se requieren soluciones extraordinarias. Es momento de que los líderes de oposición actúen con grandeza, con altura de miras y desprendimiento. Que dejen atrás el cálculo político y pongan sobre la mesa propuestas serias, coherentes y ejecutables. El país necesita unidad, generosidad y visión clara del futuro.
Nadie puede darse el lujo de permanecer indiferente. Cada colombiano, desde su realidad, debe actuar: exigir, denunciar, construir. No podemos permitir que el conformismo sea la excusa para la pasividad.
Ya se ha escrito y dicho mucho. Pero el tiempo sigue corriendo, las elecciones se acercan y, sin embargo, todo parece igual. ¿Hasta cuándo?
Remate: Hay que rodear a las Cortes, hay que exigirle al Congreso. Y sí, también hay que exigirles a los medios de comunicación que actúen con transparencia, independencia, criterio y grandeza. La democracia no se defiende sola, necesita de ciudadanos que la honren y la cuiden todos los días.
La ausencia de análisis sectoriales y de mecanismos compensatorios afecta a las micro y pequeñas empresas, que representan más del 90% del tejido empresarial colombiano y operan con márgenes estrechos
Muchas de las grandes empresas, especialmente las que contratan con el Estado, siguen creyendo que sus problemas se solucionan haciendo lobby individual y fletando parlamentarios para las elecciones venideras