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Analistas 22/04/2023

Paz sectaria, paz democrática

Tiene que estar fuera de sus propios cabales una persona u organización para atreverse a creer, y afirmar, que la paz no es un noble propósito ligado al bien común.

Incluso aquellos que apelan a la violencia, por lo menos a nivel de prédicas y narrativas, suelen justificar su actuar con supuestas motivaciones ¨altruistas¨ que anhelan la paz en el futuro, a pesar del dolor que infligen en el presente.

Hasta los cínicos muestran pudor de proscribir la paz de sus discursos y reivindicaciones, aunque estén tramitan los más prosaicos, terrenales y mezquinos intereses.

Colombia no ha logrado construir un entorno de comunicación social y política en el que la paz logre ser una comunidad de propósito como país y una comunión de sentido como nación.

Tampoco Colombia ha logrado asumir la paz como tarea que pertenezca a todos, a construir entre todos y para beneficio de todos; al contrario, la paz ha sido arrogada y apropiada por unos cuantos, tramitada excluyentemente entre unos cuantos y para beneficio de unos cuantos. No es la colombiana, una apuesta por una paz integral e incluyente; ha sido una paz fragmentaria y sectaria.

La paz en Colombia ha devenido en un campo de trincheras donde se agitan banderas sectarias con descoloridos tonos; la blancura, color arquetípico de la paz, se reduce a contados girones que intentan, inútilmente, evitar mancharse en medio del lodo burbujeante que mana del laberinto de valores por el que deambula la sociedad, sin una brújula que marque un norte para salir de él, y sin un hilo de Ariadna que le permita recular y restaurar un viejo orden perdido digno de nostalgia.

Un laberinto de valores en el que la comunicación apela a una torre de babel en la que palabras que tuvieron noble y nítido significado en tiempos pretéritos, hoy ya no significan nada, o se invocan incluso para hacer lo contrario a lo que ellas mismas sugieren, tales como: justicia, libertad, igualdad, fraternidad, amor, vida, perdón, verdad, reparación, memoria, entre otras.

La paz ha tenido más voluntarismo caudillista y personalista que expresiones reales de buena voluntad colectiva; ha tenido más de pretensiones absolutas y totalitarias, que de vocación incluyente e integral; ha tenido más de ideologías que de ideas creativas y ha tenido más de venta fácil de ilusiones que de forja perseverante de ideales.

Intentando la paz, agendas de bien común como justicia y seguridad se han visto aplazadas, soslayadas, cuando no descuidadas e incluso despreciadas.

Diversos intentos de paz tienen por corolarios la impunidad, la revictimización y la atomización territorial; los intentos que se hacen hoy ponen en condiciones de insostenibilidad el pequeño patrimonio democrático construido en más de 200 años de vida republicana, expuesto como está, en corralejas populistas.

Así como debe refrendarse el sano principio de que el monopolio exclusivo de la fuerza y de las armas debe estar en manos del Estado y evitar la ¨milicianización¨ de la sociedad, es clave democratizar la paz y convertirla en propósito nacional que pertenezca a todos, para trabajar entre todos y para beneficio de todos; solo así, se puede seguir hablando de democracia sostenible en Colombia.

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