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Lyana Latorre, vicepresidenta de la Fundación Rockefeller para América Latina y el Caribe
INDUSTRIA

"Es importante canalizar la filantropía silenciosa hacia modelos más estructurados"

martes, 11 de noviembre de 2025

Lyana Latorre, vicepresidenta de la Fundación Rockefeller para América Latina y el Caribe

Foto: Fundación Rockefeller

El World Giving Index señalaba que en América Latina y el Caribe apenas moviliza entre 0,2% y 0,3% del PIB en donaciones privadas

The Resource Foundation y Dalberg Advisors publicó el informe 'Cinco agendas para activar la transformación del sector filantrópico en América Latina y el Caribe', respaldado por la Fundación Rockefeller, en donde se analiza el papel actual de la filantropía en América Latina y el Caribe y propone un enfoque local para fortalecer los resultados en comunidades y poblaciones de la región.

Lyana Latorre, vicepresidenta de la Fundación Rockefeller para América Latina y el Caribe, profudizó sobre la filantropía en la región, lo que se puede encontrar en el estudio y cuáles son los retos actuales a los que se enfrentan.

¿Cuál es la cobertura y alcance de la Fundación Rockefeller en Colombia?

Colombia es un país clave dentro del regreso de la Fundación Rockefeller a América Latina y el Caribe, pues acogerá la sede de nuestra oficina, pero nuestro trabajo tiene un alcance regional, porque los desafíos y oportunidades trascienden fronteras y requieren soluciones colaborativas. Más que llegar con respuestas cerradas, buscamos escuchar y construir sobre las iniciativas que ya existen en filantropía e inversión social, acompañando a los actores locales.

¿Cuáles son las metas en el país a mediano plazo?

Estamos enfocados en fortalecer proyectos en áreas de agricultura regenerativa, resiliencia climática, acceso a energía y alimentación escolar, donde ya hemos visto casos de éxito y resultados concretos. A mediano plazo, nuestra meta es consolidar alianzas estratégicas que permitan escalar el impacto de estas iniciativas, ayudar a fortalecer el sector y movilizar más recursos locales, siempre respetando y potenciando el liderazgo de las comunidades.

¿Cuáles considera que son las principales barreras culturales o estructurales que explican el bajo nivel de filantropía formal?

Muchas veces la filantropía se percibe como asistencialismo y no como una herramienta de desarrollo. Es una cuestión cultural e histórica. La ciudadanía latinoamericana es generosa, dona y ayuda, pero la mayoría de las personas lo hace informalmente, que no está mal, pero se requieren reglas claras y métricas comunes para una gestión más eficiente de los recursos.

Para lograr cambios sistémicos es fundamental replantear la forma en que se gestionan las donaciones, apostando por modelos más transparentes, colaborativos y sostenibles. Es importante canalizar la “filantropía silenciosa”, esa ayuda informal y espontánea, hacia modelos más estructurados, donde el impacto sea medible y sostenible.

¿Qué estrategias plantea la Fundación Rockefeller para reconstruir esa confianza y canalizar mejor la “filantropía silenciosa”?

Restaurar la confianza implica fortalecer la transparencia en la gestión de los recursos y visibilizar la labor de las nuevas generaciones de donantes. Desde la Fundación Rockefeller promovemos espacios de diálogo, formación y rendición de cuentas, para que la ciudadanía vea en las organizaciones sociales actores legítimos y comprometidos con el desarrollo. Somos conscientes de que la confianza ciudadana es baja, y eso nos indica la importancia de fortalecer el sector.

¿Cómo puede lograrse una “colaboración radical” entre actores públicos, privados y sociales?

Más que hablar de una “colaboración radical”, prefiero llamarla colaboración intersectorial. En nuestra región, aunque existe mucha conexión entre actores públicos, privados y sociales, la mayoría de las colaboraciones siguen siendo coordinaciones de proyectos puntuales.

Para avanzar hacia una colaboración intersectorial efectiva, es fundamental trabajar juntos bajo una visión de largo plazo y un propósito compartido. Desde la Fundación Rockefeller impulsamos la co-creación y la articulación de esfuerzos, apoyándonos en cuatro pilares: propósito común, inversión en colaboración, complementariedad de los roles y estructuras formales de gobernanza.

Este modelo de filantropía es el que la Fundación ha ejercido durante más de 100 años de historia, con historias de cambio e impacto real en distintas comunidades. Solo así podemos pasar de la coordinación puntual a alianzas profundas y sostenibles, capaces de transformar el ecosistema social y generar impacto duradero en las comunidades.

La movilización de recursos locales es una de las cinco agendas clave. ¿Qué mecanismos fiscales o financieros podrían incentivar a familias y empresas emergentes a involucrarse más activamente en la filantropía?

El reto en América Latina y el Caribe no es tanto la falta de recursos como la necesidad de activar ese capital hacia el impacto social de manera sistemática. En la región hay un número creciente de grandes patrimonios y empresas, pero aún falta canalizarlos hacia la filantropía.

Y para ello es fundamental contar con reglas claras y estables que brinden seguridad jurídica a quienes desean donar a largo plazo. Esto permite que los diferentes actores se involucren con confianza y visión de futuro. Buscamos que la filantropía sea vista como una estrategia de desarrollo y no solo como una acción asistencialista. Hay mucho potencial.

Proponen “inversión con propósito”. ¿Qué métricas o indicadores está promoviendo la Fundación Rockefeller para medir ese impacto social de manera comparable entre países?

Puedo decir que, en contraste a esa falta de confianza que mencionábamos anteriormente, una encuesta que realizamos el pasado septiembre dio como resultado que, incluso en el contexto actual de recortes a la cooperación global, el 78% de la población de América Latina apoya la cooperación internacional si se demuestra efectiva, por encima de la media global del 75%. Es decir, hay demanda de colaboración, pero con un impacto tangible.

Precisamente, el modelo de inversión con propósito que apoyamos mide el impacto social de manera rigurosa. Cada proyecto tiene un fin, y por tanto, unas métricas específicas, y siempre teniendo en cuenta indicadores que muestren el impacto en las personas beneficiadas, que es nuestro principal objetivo.

Sobre la infraestructura filantrópica regional ¿Qué papel pueden desempeñar las universidades, centros de investigación y el sector privado en esa profesionalización?

Cumplen un papel fundamental. El sector académico no solo aporta análisis y conocimiento sobre los contextos sociopolíticos, sino que también ayuda a formar talento y a generar evidencia para la toma de decisiones. El sector privado, por su parte, moviliza recursos y puede incorporar buenas prácticas de gestión y transparencia.

Pongo un ejemplo reciente, el proyecto Dengue.IA, que utiliza inteligencia artificial y analítica de datos para mejorar la capacidad de anticipar y prevenir escenarios endémicos futuro fue fruto de una alianza entre la Alcaldía de Cali, la Universidad Icesi y la Universidad del Valle, con el apoyo de la Fundación Rockefeller.

Este tipo de colaboración intersectorial demuestra cómo la academia, el sector privado y las entidades públicas pueden trabajar juntos para fortalecer la infraestructura filantrópica y generar impacto real en la salud pública y otras áreas. Otra historia exitosa es nuestro apoyo a programas de seguridad alimentaria y comidas escolares en Brasil.

Si se lograra activar ese 1% de la riqueza privada que el informe estima podría aportar más de US$5.000 millones anuales, ¿cómo garantizar que esos recursos no solo se movilicen, sino que generen un impacto estructural y duradero en la región?

Ese dato es revelador pero no debe ser visto como una meta, sino como un referente. El reto actual de la filantropía en América Latina y el Caribe no es solo movilizar recursos, sino asegurar que esos fondos generen un impacto estructural y duradero. Si se generan esas estructuras formales, los fondos llegarán, pues en América Latina hay generosidad.

En Asia, por ejemplo, la filantropía ha crecido porque se han sofisticado los sistemas de medición. Aquí no debemos replicar ningún modelo, pero si crear el nuestro propio. Y por eso, este proceso de escucha que estamos desarrollando es esencial.

De allí han salido estas cinco agendas, que incluyen la movilización de recursos locales, inversión con propósito, colaboración intersectorial, liderazgo local y fortalecimiento del sector como un primer paso para que todos los actores públicos, privados y a la sociedad civil trabajen en torno a una ruta compartida.

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