ANALISTAS 26/07/2025

Lo que pides, lo que llega

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB
La República Más

A veces las cosas no son como en la TV, las redes sociales o los portales de compra en línea y nos abandonamos en la decepción. Ha hecho carrera una expresión, sobre lo ordenado, versus lo recibido y que dice: “lo que pides, lo que llega”. No es para menos que cada vez nos vayamos llenando de desconfianza e incredulidad ante el e-commerce. No me refiero al producto que se pide y no llega, si no al que llega con características distintas a las ofertadas. Deseo, expectativa y percepción son aspectos inmersos al comprar un mueble, un paquete vacacional o emprender la búsqueda del amor anhelado. Los tres eventos se caracterizan por la ilusión y la idealización, soportadas en testimonios y en los catálogos. A veces, las expectativas superan la realidad y la decepción se generaliza en cuanto al comprar sin ver. Un adagio popular dice que “música adelantada no suena”, ¿será entonces que aun en tiempos de pedir por la pantalla, debemos seguir exigiendo pruebas de decencia y legalidad?, dudamos hasta de los comentarios de anteriores consumidores en la medida de que no sabemos con qué expectativa los hicieron. Con ciertos productos que llegan a nuestra puerta, no queda más que acontecernos con el síndrome de la Mona Lisa o de la Torre Eiffel y decir, “pensaba que era más grande”. Tampoco me refiero a esos casos en los que los superperlativos publicitarios hablaron más de la cuenta, si no de cuando mi idealización, percepción o anhelo desbordado, me convirtieron en una Penélope en la estación del tren.

La idea de que para todo logro se debe tener un plan o programa, casi inevitablemente se complementa con el imperativo de preguntarnos; ¿Qué es lo que queremos?, ¿qué necesitamos?, ¿qué negociaríamos o aceptaríamos a regañadientes en cuanto a lo deseado? Es fundamental pasar por el filtro de estas tres preguntas y cuestionar ¿Por qué aprendimos a esperar más de la cuenta? Nunca será tarde para explicar o aprender a lidiar con la frustración, el conformismo o la disonancia mental por lo adquirido, una especie de tormento posmoderno tan lesivo como la compulsividad de comprar.

De tantas vergüenzas por esconder, es bueno exorcizar la de “la mala compra”, compartir el desatino de añorar y caer redondos ante las seudo ofertas, admitiendo que debimos considerar el decir popular de que “de eso tan bueno no dan tanto”; es un acto contributivo a nuestro pequeño grupo social que bien se puede nutrir de nuestra mala experiencia. Por otro lado, decir que lo recibido no cumplió una expectativa, puede ayudar a emprendedores y empresarios que genuinamente tengan un plan de mejora continua sobre lo ofertado. Quiero creer en que estos últimos existen y que, aunque darles gusto a todos los clientes es una tarea difícil, al menos las empresas están en el afán de satisfacer. Sin rubor, hablemos de lo que deseábamos y no fue a la hora de la verdad.