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Pasan los días y el presidente no renueva nombres en su gabinete generando más limbos que mal le hacen a su gestión que poco a poco se agota
Hace dos semanas, luego de que se conociera la mala calificación que los empresarios hicieran de sus ministros, el presidente Santos recibió de sus directos colaboradores las cartas de renuncia a sus cargos de ministros, superintendentes y directores. Los días pasan y en la Casa de Nariño no se hacen efectivos los nuevos nombramientos, generando una nueva ola de incertidumbre en carteras clave para el desarrollo económico como Agricultura, Vivienda, Salud, Comercio y Transporte, en especial Ministros que han expresado su firme intención de dejar los puestos para dedicare a otros frentes profesionales y personales. Nada bien le hace a la economía colombiana que el Presidente se demore en los nombramientos o que estos obedezcan a la milimetría política de estos meses que con el paso de los días van calentando el período electoral que se avecina.
Es urgente que los nuevos ministros, quienes solo durarán en promedio año y medio, sean nombrados cuanto antes para que el proceso de empalme no se lleve una cuarta parte de su corta gestión y los algo más de 12 meses de “palomita” se conviertan en 8. La pregunta es qué puede hacerse frente a un ministerio en máximo 10 meses de gestión efectiva. Más que mirar cómo jugarán los nuevos ministros en el contexto político del momento, de cara a las elecciones de Congreso en marzo y de Presidente en mayo, la administración Santos debe mirar con máxima altura nacional y grandeza histórica la experiencia de las personas que van a rematar su gestión, que si bien tiene una calificación empresarial en negro, si se compara con el desastre de sus ministros, es mediocre, pues un 3,2 de uno a cinco, a duras penas pasa, pero es muy baja para liderar un país que necesitaba grandes reformas económicas.
Santos no puede improvisar en los nombres de los ministros que lo van a acompañar durante el último año y debe rodearse de hombres experimentados, cercanos y ejecutores que sepan llevar un Congreso disperso, conecten con las regiones y sepan comunicar los avances del último tramo. Ser monotemáticos con el tema de la paz sería la perdición política, pues es alimentar más a los opositores con el raído discurso de revisar los acuerdos con los guerrilleros. El Gobierno Nacional de turno debe dejar al país en otro estado de desarrollo económico; demostrar que las reformas tributarias fueron bien fundamentadas; que los tratados de libre comercio han servido de algo a los empresarios; que los cinco grandes conglomerados urbanos (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga) son los motores empresariales, industriales y centros de consumo que mueven al país y generan empleos formales.
La inflación ha vuelto a su cauce normal a la luz de las metas del Banco de la República; las tasas de interés mantienen tendencia a la baja, pero el consumo no se reactiva ni la producción industrial repunta. Los nuevos nombres ministeriales deben trabajar más en los retos económicos que le dejarán el próximo Gobierno, como es consolidar el desempleo en una cifra inferior a 8% y un crecimiento por encima de 2,5%, al tiempo que deben mostrar cifras elocuentes en disminución de la pobreza; todo un arsenal de pequeñas acciones económicas que le ayudarán a redondear una buena gestión en términos empresariales. Los ministros del remate de la administración Santos deben tener otras fortalezas que sus antecesores no tuvieron: mucho trabajo mancomunado con los empresarios y sobre todo mejor comunicación con los gremios y una capacidad de ejecución histórica en medio de una panorama político muy crispado.
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