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Está claro que el Departamento Nacional de Planeación que necesita el país, no es la misma oficina diseñada hace 62 años y que ha dejado atrás mucha de su esencia de largo plazo
Hace seis meses un grupo de ex directores del Departamento Nacional de Planeación le enviaron una carta al presidente, Iván Duque, alertando ante el eventual debilitamiento de esta entidad durante el trámite y el debate del Plan Nacional de Desarrollo, que dicho sea de paso se ha convertido en la única tarea de peso de la entidad adscrita a Casa de Nariño y que se ha ganado la categoría de ministerio al participar en todas las reuniones cruciales para el cuatrenio de los presidentes de turno. El DNP de hoy no es el mismo ideado en su origen y desde la Constitución del 91 las cosas han ido cambiando para convertirse en un cuerpo técnico asesor del Presidente que define e impulsa la visión estratégica del país para sus cuatro años; palabras que quedaron escritas, pero que se han ido esfumando con el paso de los años y se ha centrado en el manejo y asignación de una parte de la inversión pública. Y si hay algo que debe revisarse en detalle es la poca planeación a largo plazo que se tiene del país y en la que el DNP brilla por su ausencia o no se le tiene en cuenta. Por ejemplo, el tema del transporte público masivo de las ciudades debería haber sido un asunto liderado por Planeación desde hace varios años; lo mismo que el desarrollo de ciertos sectores económicos estratégicos como el energético, entre otros casos. Para nadie es un secreto que el país económico ha perdido una hoja de ruta en infraestructura, como son las vías 4G, los distritos de riego, los aeropuertos, los puertos y todas esas obras que por su deficiencia le hacen perder competitividad a las exportaciones. El verdadero origen de Planeación Nacional estuvo en el diseño a largo plazo de políticas públicas, de tal manera que se hagan obras que trasciendan la agenda de los ministros que vienen y salen; pero su verdadero rol se fue difuminando y las diversas carteras le robaron protagonismo en los proyectos neurálgicos para el país; las 4G se convirtieron en tareas de un ministerio o herramientas de una campaña presidencial; los sistemas de transporte masivo en líos de financiación para unos alcaldes, mientras que el desarrollo de sectores agropecuarios solo fue asunto de uno que otro ministro de esa cartera, sin atender a la necesidad de que todas esas estrategias deberían proyectarse a una o varias décadas y que tras ello debía jugar un papel protagónico el DNP.
Alberto Lleras, el expresidente que ideó el DNP, tenía claro que Colombia necesitaba una entidad que actuara como “supremo consultor del Estado” y no como una oficina para atender parlamentarios ávidos de mostrar obras para sus regiones. Los retos de este Departamento son enormes para el siglo XXI, pero para desarrollarlos el país político debe entender muy bien qué es el DNP y qué no es Planeación Nacional; una suerte de roles y funciones que se han ido marchitando con el paso de los años. Colombia no planea a largo plazo y las grandes obras se usan como plataformas de campañas políticas; más aún, las grandes inversiones siempre son definidas con criterios políticos, no como herencias que deben dejar los gobiernos. Ojalá la discusión sobre el nuevo DNP no se centre sobre la unificación progresiva de los presupuestos de funcionamiento e inversión, que hoy están en manos del Ministerio de Hacienda y el DNP, respectivamente, sino que se dé un salto al pasado y se recupere el pensamiento a largo plazo que tenía esa oficina.
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