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ANALISTAS

Salud mental y productividad

viernes, 19 de septiembre de 2014
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Si fuera posible identificar a través de una fórmula la incidencia que tiene la salud mental en la productividad, muy posiblemente sería la siguiente: SM=P (siendo SM  Salud Mental y P Productividad). Incluso, podría ser una operación conmutativa y el resultado sería el mismo: P=SM. Sin embargo, hacerle seguimiento a este proceso y además tener la certeza de cómo opera la una en la otra, es bastante difícil, pudiendo ser imposible. 

Las organizaciones en el último siglo pasaron de utilizar a las personas como un factor neto de producción de objetos, a comprender a los individuos como sujetos con realidades múltiples, necesidades, expectativas, esperanzas y posibilidades de desarrollo, los cuales han de producir, pero primero construirse y potenciarse ellos mismos. Pasaron de negar y censurar las emociones de los trabajadores, a tener en cuenta que los factores afectivos son fundamentales para la vida laboral y que sin ellos, difícilmente es posible llevar a cabo actividades en la organización. En últimas, pasaron de la concepción del trabajador como bien material, al colaborador como realidad subjetiva. No sólo es un cambio de nombre, sino una transformación radical de concepción.

En este panorama, comienza a hacerse evidente un discurso que hoy es común e incluso deseable en las organizaciones: tener colaboradores sanos permite incrementar la productividad y en una vía complementaria, una empresa productiva mostrará a través de sus resultados que tiene empleados sanos. He allí una llave que las organizaciones priorizan de manera significativa en sus procesos y que a través de los discursos de calidad y de humanización, se ha convertido en elemento requerido para la operación diaria. Si a ello se le incluye el sello del bienestar subjetivo, elemento referido directamente al campo de la salud mental, todavía mayor impacto social se podrá identificar en la labor de la organización.

Sin embargo, y a la par con esta transformación de concepciones en torno al sujeto en la organización, y a la inclusión del campo de la salud mental como elemento favorecedor de la producción en las empresas, aparecen varios asuntos que es necesario no sólo identificar, sino sugerir que sean revisadas en su cotidianidad. En primer lugar, cuál es la concepción de sujeto que tienen, lo cual ha de explicitarse en la misión, la visión, los valores y el día a día institucional. Hablar de una organización basada en el desarrollo de las personas implicará no sólo volverlo palabra sino transformar las prácticas y ajustarlas a dicha apuesta. En segundo lugar, cuál es la concepción de salud mental desde la cual construyen sus modos de relación con las personas que hacen parte de la organización, así como los planes y proyectos que se identifican para potenciarla y resolver las dificultades que en este ámbito pueden presentarse. Por último, cuál es el modo de producción que priorizan en la organización y sus interacciones con la concepción de salud mental y de sujeto que tienen.

En el papel y en la palabra, es bastante fácil para las organizaciones ligar la productividad a la salud mental de sus empleados, así como decir que en sus prácticas cotidianas el respeto y la identificación de las condiciones subjetivas de cada empleado y/o colaborador, son la prioridad. Sin embargo, construir apuestas duraderas y significativas, que permitan que a una productividad elevada correspondan niveles satisfactorios de bienestar subjetivo, es mucho más complejo. La producción puede incrementarse con sujetos enfermos y alterados, con personas insatisfechas y tensas con lo que hacen; sin embargo, vale la pena apostarle a la otra alternativa: es posible que SM=P y que P=SM.

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