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La polarización en torno al proceso de paz entre quienes están a favor y en contra del mismo cada vez se torna más radical. Argumentos van y argumentos vienen entre los unos y los otros.
En estos casos siempre hay que escuchar las ideas y los argumentos de la opinión contraria, pero también toca tomar posición y plantear los argumentos propios. Algunos argumentos, de parte y parte, son de forma y propios de los mismos acuerdos, pero otros son de fondo. En estos últimos es en los que deberíamos concentrarnos.
Aquí planteo algunos argumentos que desde mi punto de vista son valederos para apoyar el proceso que el presidente Juan Manuel Santos emprendió para lograr una futura Colombia en paz.
Lo primero es que la paz en Colombia sería un paso importante para acabar con el “círculo vicioso de la violencia” que arrasa con regiones enteras, genera miles de muertes, millones de desplazados y acaba con familias humildes enteras.
Según el informe del Grupo de Memoria Histórica, entre 1958 y 2012 la violencia generó 220.000 muertes, de las cuales el 80% eran civiles. Por otro lado, según Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), en Colombia el número de desplazados por la violencia llega a cuatro millones de personas, mientras que según el Codhes (Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento) los desplazados suman más de cinco millones de personas.
Miles de familias campesinas desplazadas y “sin futuro” que entran a engrosar los “cinturones de miseria urbana” y que aumentan la informalidad en todas las esquinas citadinas.
¿Qué futuro le espera a miles de niños humildes de familias desplazadas? ¿No son estas razones suficientes para querer la paz en Colombia?
Hay que ponerse en el pellejo de la gente que sufre para entender el gran drama social que representa la violencia y el desplazamiento forzado para las personas implicadas, que, sin duda, también afecta el futuro del campo y del sector agrícola.
En este sentido, la paz con la guerrilla sería un impulso a la “Ley de víctimas y de restitución de tierras” promulgada por este gobierno, que precisamente busca resarcir y darle un “mejor futuro” a los millones de desplazados y despojados de sus tierras.
Por otro lado, la paz con las Farc sería un paso importante para lograr una “reforma agraria estructural” y romper con el statu quo representado por las élites rurales respaldadas por el clientelismo y la politiquería regional, que históricamente han evitado un acuerdo agrario integral con la disculpa de que la guerrilla es la única fuente de atraso e inequidad rural.
Los grupos paramilitares y sus reductos nacidos bajo el sostén de ciertas élites rurales para su defensa, ya no tendrían razón lógica de existir si se logrará la paz con la guerrilla. Y es precisamente a estas élites a quienes no les convendría un proceso de paz exitoso con la guerrilla. Deben mantener el statu quo y la anarquía rural que históricamente ha caracterizado al campo. En río revuelto ganancia de pescadores.
Entonces la pregunta es ¿quiénes se ven beneficiados con la anarquía que genera la guerra irregular con la guerrilla?
Por último, todos los colombianos deberíamos hacernos la pregunta ¿cuál es la Colombia que queremos para nuestros hijos y para las siguientes generaciones?
¿Una Colombia que perdure con una histórica guerra irregular y que mantenga una imagen internacional de violencia y muerte?
O una Colombia por la cual se sienta orgullo nacionalista, no solo cuando algún deportista saca la cara por ella, sino cuando cualquier extranjero pierda el miedo por venir a estas tierras ricas en biodiversidad y multiculturalidad.