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Daniel Noboa. presidente de Ecuador
En los últimos años, la extracción de Ecuador ha permanecido estancada alrededor de los 470.000 barriles por día, y los analistas anticipan un descenso progresivo
Ecuador atraviesa un momento inusual para un país productor de petróleo. El país está cerca de gastar más dinero en la compra de combustibles que lo que recibe por vender crudo. Esta situación, que puede parecer contradictoria, tiene efectos directos sobre una economía dolarizada que depende del ingreso constante de divisas para funcionar con normalidad. Al no poder emitir su propia moneda, el país necesita que entren suficientes dólares, y una de las principales fuentes de esos recursos ha sido históricamente la exportación petrolera.
Sin embargo, este equilibrio comienza a deteriorarse. Si el país emplea más dólares para adquirir combustibles en el exterior que los que recibe por exportar petróleo, la balanza se vuelve desfavorable. Esto reduce el flujo neto de divisas y presiona tanto al financiamiento público como a la liquidez general de la economía. Aunque sería ideal que el país redujera su dependencia del petróleo mediante el fortalecimiento de otros sectores, la realidad actual responde más a una caída en la producción que a una diversificación económica planeada.
En los últimos años, la extracción nacional ha permanecido estancada alrededor de los 470.000 barriles por día, y los analistas anticipan un descenso progresivo conforme avanza el cierre del bloque ITT, aprobado mediante consulta popular. Al mismo tiempo, el consumo interno de combustibles sigue creciendo, lo que agrava el desequilibrio entre producción y demanda.
Las proyecciones fiscales muestran lo delicado del panorama. Según la administración de Daniel Noboa, para 2026, el país podría recibir cerca de US$5.926 millones por exportar crudo, pero necesitaría alrededor de US$4.981 millones para importar gasolina, diésel y gas doméstico. Esa diferencia, mínima para una economía que durante décadas vivió con un amplio margen, refleja la pérdida progresiva del “colchón petrolero”.
Este colchón consistía en la brecha positiva entre los ingresos por exportaciones y el costo de las importaciones de combustibles. Era esencial para cubrir parte del presupuesto estatal y sostener los subsidios energéticos.
Hace pocos años los excedentes eran amplios: en 2020 superaron los US$2.600 millones; en 2021 alcanzaron más de US$4.000 millones; y en 2022, impulsados por precios altos, llegaron a un récord de US$5.726 millones. Pero en 2025 se reducirían a apenas US$662 millones, y para 2026 se proyecta una leve recuperación a US$945 millones, muy lejos de los niveles históricos.
El país, en términos prácticos, ha perdido casi por completo el margen que lo sostenía como economía petrolera. Hoy, las exportaciones de crudo apenas superan lo que Ecuador debe desembolsar para importar los combustibles que consume, lo que vuelve al país extremadamente vulnerable a cualquier fluctuación internacional de precios y evidencia el deterioro estructural del sector.
La caída de la producción tiene varias causas. Los problemas más graves se derivan de la crisis en los oleoductos Sote y OCP, fundamentales para transportar el crudo desde la Amazonía hasta los puertos. La rotura del Sote en marzo de 2025 y el avance de la erosión en el río Coca obligaron a detener por completo ambos ductos y a apagar múltiples pozos, provocando que Petroecuador registrara caídas históricas, llegando a niveles tan bajos como 39.000 barriles diarios.
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