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El miedo hace imposible la marcha, la constriñe, la ahoga, la asfixia. El miedo es líquido que paraliza. Exalta en el individuo un conjunto de incapacidades determinantes, sofoca el entusiasmo y alienta mundos angostos.
Para nadie es nuevo que vivimos en tiempos donde el miedo rige y controla. Guerras, ataques, destrucciones, catástrofes climáticas, pandemias y amenazas permanentes de toda índole, sumadas a mensajes mesiánicos de voces poderosas que encuentran en la división, una forma rentable de permanencia y en la polarización un método vigoroso de manipulación, son características que describen el escenario de nuestros días. Hemos sido recluidos en la cárcel de la sociedad del miedo.
Miedo a morir, miedo a perder, miedo a que gane otro, miedo a respirar, miedo a procrear, miedo a quebrar, miedo a no gustar, miedo al jefe, a perder el empleo, miedo a ser diferente, miedo a crear, a tomar decisiones, miedo a hablar, miedo a sentir, miedo a disentir, miedo a pensar, miedo a lo desconocido, miedo a abrazar, miedo a confiar y miedo a vivir.
Ya no distinguimos entre el miedo racional que advierte un peligro concreto y el irracional que no se basa en nada lógico.
El temor es una forma de control que respira intereses prácticos, algunas veces económicos, otras veces políticos, ambos y juntos, derivan en un miedo social que desencadena el entumecimiento colectivo y provoca una fragmentación delicada que aterriza en diferentes formas de discriminación, pues, el miedo excesivo nos hace tener miedo al otro, a cualquiera que sea ese otro y el otro puede ser uno mismo.
Es importante que tengamos en cuenta que el miedo que no se gestiona bien, provoca rendimiento y rendición, frustración, resentimiento y, ojo, lo más peligroso (ya lo podemos ver) odio.
¿Acaso vinimos a eso?, ¿A impregnar nuestros corazones de miedo y en consecuencia a aislarnos en el miedo y en el miedo al miedo mismo?
Es necesario crear barreras de contención, no alimentar los sentidos de los mensajes que profundizan en el miedo, recordemos que el miedo no es un lenguaje, pues su corta y escasa capacidad narrativa por congelamiento que suscita, también tiene un límite, y es estrictamente necesario identificarlo para evitar su crecimiento y transición al odio.
No podemos vivir más en la “sociedad del miedo” no podemos ser parte de ese mundo lúgubre que encoge el alma y somete el espíritu, no podemos seguir caminando, gerenciando, conduciendo, con pasos recatados y temblorosos.
La vida por más frágil y efímera que sea, es una invitación al baile de la valentía y la libertad, jamás de la condena y el enjaulamiento en celdas de barrotes invisibles.
Bien decía el gran sociólogo alemán Ulrich Beck: “El miedo no tiene poder por sí mismo, su fuerza proviene de nuestra disposición a obedecerlo”.
Basta con el miedo, es hora de reconstruir la confianza, pues en la confianza podemos encontrar el primer antídoto ante el miedo.
En el corto plazo, se necesita un aumento del salario mínimo coherente con la inflación y la productividad. En el mediano plazo, la verdadera solución está en formar a los trabajadores para los empleos que existen y para los que vienen
La tarea es encontrar un punto medio entre un aumento de los ingresos y evitar excluir a más personas de la informalidad, además de los efectos inflacionarios
Es un recordatorio: Colombia también se ha construido desde la confianza, desde el ahorro, desde el servicio y desde la decisión de creer en la gente cuando más lo necesita. Eso fue Conavi