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Analistas 11/05/2022

Por qué quiero ser decana

Victoria E. González Mantilla
Investigadora Facultad de Com. Social - Externado
Analista LR

A comienzos de los 80, cuando era una joven recién salida del colegio de monjas, entré a estudiar comunicación social- periodismo en la Universidad Externado de Colombia con el firme propósito de convertirme en una prestigiosa periodista tal como lo fue mi abuelo paterno. Cinco años de carrera me permitieron conocer a grandes maestros y maestras, pero también a algunos que asistían a las aulas con desgano e indiferencia, como si su trabajo fuera una carga enorme o una especie de castigo.

Mil veces, quizá un millón, les repetí a mis amigos de curso que jamás, jamás en mi vida, sería docente. Eso de estar metido todo el día en un solo lugar enseñando la teoría mientras “la vida real” pasaba allá afuera, definitivamente no era lo mío. Pero el tiempo pasó y “la vida real” también, entre varios trabajos, unos buenos y otros malos. Durante doce años logré ser fiel a mi palabra, sin embargo, un día cualquiera, alguien le dijo a alguien que me preguntara si quería dictar dos cátedras en mi ya casi olvidada Facultad. Llevé dos propuestas de programa para materias del área teórica, tuve una entrevista larga de la que no salí satisfecha, y a los tres días me llamaron para decirme que había sido aceptada. 20 años hace de eso. Al principio iba a la Universidad de 7 a 9 de la mañana solamente. Era docente de hora cátedra, de los que llaman jocosamente “el profe taxista”, el que llega al salón, dicta su clase, vuelve a la facultad a firmar para que quede constancia de su paso por el aula y luego sale para su trabajo de planta. Así duré siete años. Luego de una interrupción de dos años para estudiar -porque profe que se respete nunca puede dejar de estudiar, aunque para ello deba renunciar al trabajo, vivir de préstamos y viajar lejos de los suyos- volví de lleno a la academia.

Allí me encontré con un mundo que no había logrado percibir en mi condición de hora cátedra. Documentos de acreditación, reuniones eternas para discutir asuntos disciplinarios y pedagógicos; largos cafés para hablar con estudiantes sobre sus problemas y sus intereses; horas sin tregua destinadas a la escritura de documentos; discusiones sobre rankings, presión interna y externa para estar dentro de esos rankings, preparación de syllabus, peleas por presupuestos, proyectos de investigación, escritura de libros, asesorías de tesis etc. Y en ese mundo estamos desde hace 13 años. Un mundo más complicado de lo que muchos piensan. Que va más allá de las supuestas tres vacaciones al año o de los viajes para asistir a congresos y que implica un compromiso total con seres humanos que nos confían nada menos que su futuro profesional. Un mundo en el cual está prohibido quedarse atrás en conocimientos porque el ritmo vertiginoso de la vida no nos permite meditar sobre lo que ayer fue y hoy, ya no es. Que nos obliga a entender, más que a nadie, el cambio de una generación a otra con sus intereses distintos, con su diversidad y con sus apuestas por la vida. Que aún nos roba horas valiosas en discusiones bizantinas sobre si los comunicadores somos del hacer o del pensar, como si hubiera una distancia insalvable entre las dos cosas.

El nuevo reto que me he propuesto es estar al frente de mi Facultad como Decana. Cuando pienso en lo que esto implica, me imagino todo ese trabajo que se viene haciendo desde hace tantos años, multiplicado por cien y sumado a otras facetas menos seductoras como las relaciones públicas y los complicados forcejeos administrativos. La energía que se requiere para una titánica tarea de ese talante tendrá que salir de tantos años de preparación, pero más que nada, saldrá de la fortaleza que dan tantas generaciones de estudiantes presentes en los medios, en las empresas o en las organizaciones sociales, y que cuando me reconocen en la calle, o a pesar del paso del tiempo, me abrazan y me dicen emocionados: muchas gracias.

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