MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Hace quince días, escribí sobre el reporte de la Misión de Internacionalización lanzado el 9 de agosto pasado por el Presidente Iván Duque, y sobre la necesidad de implementar las recomendaciones que ahí se proponían. Estas recomendaciones, orientadas al tema económico en momentos en que estamos saliendo de la peor recesión en la historia del país como consecuencia de la pandemia, resultan inaplazables.
Aprovechando este impulso inicial, creo que se debería ampliar el esfuerzo para incorporar otras áreas en las que se podría atraer y adaptar las mejores tecnologías y el mejor conocimiento disponible para lograr, además de un mayor crecimiento, un mejor país. Se me vienen a la cabeza tres ejemplos.
Hacer leyes, buenas leyes, es un proceso que requiere mucho conocimiento de temas cada vez mas técnicos. Nuestros congresistas, al igual que los de cualquier país, no pueden ser expertos en todos los ámbitos sobre los que legislan, como comercio exterior, defensa, normas técnicas, salud y tantos otros. Para darles más herramientas a quienes formulan las leyes, países como Estados Unidos o el Reino Unido han creado instituciones y unidades independientes, que trabajan para sus aparatos legislativos.
El Congressional Research Service, el Congressional Budget Office o el Parliamentary Office of Science and Technology, son organizaciones imparciales, sin líneas políticas, encargadas de apoyar a los legisladores a través de la elaboración de documentos que hagan accesible el conocimiento científico en temas energéticos, cibernéticos, ambientales, de salud o ciencias sociales, por nombras algunos, y fomentar así mejores leyes.
Entiendo que el Congreso colombiano es poco popular y que una propuesta como esta podría terminar en una mayor repartija para un cuerpo que reiteradamente ha mostrado muestra un apetito voraz. Pero el costo de mala legislación es muy alto como para no hacer algo al respecto.
He tenido la oportunidad de trabajar en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en algunas Embajadas de Colombia en el exterior, y un elemento común a los funcionarios diplomáticos, tanto de este como de otros países, es que hemos estado más cerca de las narrativas que de los números y los datos. Sin embargo, países como Finlandia y el Reino Unido están empezando a incorporar la minería de datos para mejorar los resultados de su política exterior.
Desde 2016, la Cancillería británica creó una unidad para manejar datos de fuentes abiertas, lo que les ha permitido medir el impacto de sus políticas de diplomacia publica a través de redes sociales, analizar datos geoespaciales o identificar tendencias extremistas en Twitter y Google. Las necesidades de Colombia son otras, pero adaptar la tecnología en nuestra Cancillería sería de gran utilidad para acercarse a la diáspora o tener mayor efectividad en la implementación de programas en el exterior.
El tercer elemento, nos involucra a todos. En Colombia no hay espacio para la innovación. Por definición, innovar implica fallar múltiples veces para llegar al objetivo. Esto lo han entendido los países que lideran el desarrollo tecnológico y que han logrado establecer ecosistemas que fomentan esa cultura. En Austria llevan a cabo “noches de cagadas” (Fuck up nights), en donde empresas comparten abiertamente sus errores para transferir ese conocimiento a emprendedores que puedan aprender de estos.
Aquí no. Los órganos de control, la rama judicial, la legislativa, el sector financiero, los medios de comunicación, para todos, fallar no es admisible. Mientras esto no cambie, la innovación nunca va a llegar.
Ojalá podamos iniciar esa segunda parte de la misión de internacionalización. Le vendría bien a ese país que queremos.