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Analistas 04/01/2024

No es optimismo, es esperanza y sabe mejor

Sergio Molina
PhD Filosofía UPB

Si diciembre huele a alegría, pues consideremos que enero tiene lo suyo y también es fragancia y no de hartera y monotonía. El tedio aparentemente eterno de enero, es contradicho por la esperanza en quienes ven en lo porvenir un escenario a favor. De la esperanza dicen por ahí que es lo último que se pierde, lo dicen a modo de consuelo, de tabla de náufrago, de aliento para quien ya tiene todo perdido y se aguarda únicamente en el milagro, en el suceso extraordinario, en la excepción científica. Nadie piensa en la esperanza antes de la contrariedad, la tenemos como una navaja suiza que salva en la contingencia, cuando ya no hay más, por lo tanto, se ignora su cultivo, entrenamiento y testimonio, ella no es meramente religiosa o metafísica, es esencial para vivir, se fundamenta en las experiencias propias y ajenas y en la estadística que, aunque te diga que un alto porcentaje no… al mismo tiempo te confirma que otro porcentaje, sí. La esperanza es un fenómeno trascendente y no es una aparente sensación, mucho menos es, como dijera Nietzsche, “el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Un rasgo evidente en el ejercicio de la esperanza, es el de que se puede invocar en cualquier escenario. Economistas e inversionistas se aguardan en la posibilidad de que una variable incontrolable juegue a su favor y lo dicen porque ha sucedido en otros tiempos. La desesperanza se contrarresta cuando lo excepcional ocurre y puede ocurrir, no hay nada que diga que no ocurrirá. En un hospital se puede suponer tanto el caso de fracaso de un trasplantado como la posibilidad de éxito. Hasta el más incrédulo, nihilista, se aguarda ante la posibilidad, anhela, aunque no haga público su sentimiento, no lo enuncia porque eso de ser esperanzado se ha vuelto algo vergonzante. Lo decía G K Chesterton muy a su estilo flemático en un artículo publicado en Daily News en 1901: “El mayor acto de fe que un hombre puede ejecutar es aquel que ejecuta cada noche…nos convertimos en muertos, con la cierta y segura esperanza de una gloriosa resurrección”. Tenemos la esperanza o en algunos casos la certeza de que lo nuestro no termina en un sueñito reparador.

Narra el libro “contra toda esperanza” de Nadiezhda Mandelstam; que, en el vagón de un tren atiborrado de intelectuales presos en la Rusia de 1930; apareció de la nada una chocolatina que significaba un gran mensaje esperanzador: “Una barata chocolatina infantil que les decía que no estaban olvidados aún y que al otro lado de la cárcel aún vivía gente”.

De algo hay que prenderse ante la angustia y qué mejor que aferrase a la esperanza que no es un pasajero estado de ánimo. El esperanzado no es un iluso o romántico, es alguien que se cultiva en posibilidad, enero tiene lo suyo, posibilidad de ocurrencia de lo bueno, enero tiene esperanza.

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