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Analistas 17/04/2023

Social democracia y utopías

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

J. Bradford DeLong (2022, “Slouching Towards Utopia”), historiador de la Universidad de Berkeley, abordó allí la compleja tarea de analizar el desarrollo socio-económico y político durante 1870-2020. Su hipótesis central es que la social democracia europea desperdició la oportunidad de haber consolidado el “Estado de Bienestar” tras los éxitos de 1945-1975. Ello ocurrió debido a la aparición del Neo-Liberalismo como nuevo referente para el mundo desarrollado, liderado por Reagan y Thatcher.

Ese es un libro rico en recuentos históricos y provocador en sus interpretaciones, tanto en materia de impacto tecnológico como en el papel de “personajes” (Lenin, Stalin, Mao o Roosevelt) y sus partidos políticos. Allí se cuentan (nuevamente) los horrores de WWI (1917-1919), los errores de la Gran Depresión (1922-1929), la desconcertante WWII (1939-1945) y la “época del Dorado Global” (1945-1975).

Afirma DeLong que, de haberse aprovechado lo sembrado en la era de El Dorado Global, la humanidad se hubiera acercado a la utopía de mejor distribución del ingreso, bajo desempleo y crecimiento vigoroso-sostenido. Pero, entonces, ¿Qué fue lo que falló para que la social democracia dejara pasar tal oportunidad del Estado benefactor? ¿Cómo fue posible que se optara por Neo-Liberalismo (privatizador, según Delong), en vez de un Estado centralizado proveyendo servicios públicos eficientes (salud, pensiones e infraestructura) y un sector privado compitiendo sanamente, sin posiciones dominantes?

Después de casi 600 páginas de historias argumentativas, en mi opinión, DeLong no llega a proveer buenas respuestas sobre el supuesto fracaso del Estado de bienestar. La “bala de plata” del autor viene dada por la aparición del Neo-Liberalismo. Pero él no lo define claramente (ello hubiera requerido una sección analizando los principios del “consenso de Washington”, los cuales prefirió ignorar totalmente). Y DeLong también eludió la importante tarea de proveer una visión futurista edificando sobre sus buenos análisis respecto a impactos tecnológicos previos y la legislación laboral inclusiva. Brilló por su ausencia el análisis del mundo digital y el papel de la “inteligencia artificial” sobre, por ejemplo, los mercados laborales y la productividad, temas enfatizados en su obra. Es difícil compatibilizar el optimismo de DeLong sobre el periodo 1945-1975 respecto del potencial de “destrucción creativa” (a la Schumpeter) del periodo 2010-2030.

Ideológicamente, DeLong adopta una postura de centro respecto de los horrores del fascismo y del socialismo Sino-soviético, concluyendo que la social democracia era la mejor opción. Hasta allí, los factores históricos le dan la razón. Pero en el último tercio del libro, el autor adopta una narrativa político-izquierdista anti-establecimiento, donde abandona su rigor analítico.

De hecho, él mismo lo reconoce y dice en el cap. 15 (págs. 428) que debe hacer una advertencia al lector: “... el periodo de inicio del neoliberalismo coincide con el grueso de mi carrera profesional... y he estado emocionalmente vinculado a combatirlo ofreciendo alternativas... de aquí en adelante este libro es una contienda entre ese joven y mi búsqueda acompañado de nuevas voces..., sabiendo que la tarea del historiador es verla y entenderla, mas no juzgándola ni optando por determinado enfoque”.

Si bien habla bien de DeLong este tipo de advertencia y sinceridad, las últimas 150 páginas de dicho libro traslucen eso que él quiso evitar: pasó al juzgamiento y a la opción de inclinar la balanza a favor de la social democracia, pero, en mi opinión, de manera poco convincente frente a los hechos, particularmente sobre los logros de 1990-2005 en materia de reducción de la pobreza y el surgimiento de casi toda Asia. Pero su barómetro es relativo y no absoluto y con ello siempre se le dará duro al establecimiento.

DeLong concluye que Hayek siempre estuvo equivocado por invocar la superioridad de los mercados frente a economías centralmente planificadas; pero históricamente el ganador fue Hayek y, de paso, Reagan frente a la caída del muro de Berlín en 1989. La nueva figura que postuló DeLong, para enfrentar a Hayek, es el filósofo de la moral húngaro Karl Polanyi. Según el autor, Polanyi estuvo del lado correcto de la historia al decir que no bastaban los “derechos de propiedad” para lograr la “justicia social”, que se requería el “Estado de bienestar” para lograr inclusión social. Luego es difícil entrar a contrariar un principio tan general como este de Polanyi, el cual no dista mucho del principio de “enajenación del ser” (Marx, 1844) o del actual “derecho a la felicidad”. DeLong ha debido mas bien recordar a Beatrice Webb, quien invocaba (1940-1948) la adopción del salario mínimo y del gasto pro-pobre, como los pilares del Estado de bienestar que después implementaría Churchill (a regañadientes), ver Nasar (2011) “Grand Pursuit”.

Pero otra cuestión muy diferente es resolver el espinoso tema de si son los mercados competitivos los que logran las mejores políticas públicas y el crecimiento sostenido. O ¿Acaso es con la participación activa de entidades gubernamentales que se lograrán tales objetivos? En este último punto coinciden Keynes-Samuelson con Hayek-Friedman sobre la importancia de los mercados competitivos, tema olvidado por DeLong en su batalla anti-neoliberalismo.

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