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Es imposible desconocer que Colombia ha avanzado en las últimas décadas, es populismo afirmar que somos un peor país, que todo está mal, cuando las cifras muestran por ejemplo que para 1995 la cifra de protegidos por el sistema de salud en el país llegaba a 29,2% para 2018 ya alcanzaba 94,66% de la población. La esperanza de vida ha incrementado 7,4 veces desde 2002 llegando a 77 años. Pasamos de tener 700 kilómetros de vía doble calzada en 2009 a tener 2279 kilómetros en 2019. La educación superior pasó de tener una cobertura de 31,6% en 2007 a 51,5% de alumnos de colegio que llegaban a la universidad para 2016, un avance de 19 puntos porcentuales. El internet, que arribó en 1995 a Colombia, se ha democratizado a una gran velocidad y hoy el país se encuentra en los primeros lugares de Latinoamérica en penetración de internet, más de 35 millones de ciudadanos, casi 70% de la población tiene conexión a internet.
Sin embargo, hay apatía también en ignorar que más de 42% de los colombianos vive en situación de pobreza y que 37% consumen menos de tres comidas al día, que la pandemia ha dejado un rezago de hambre y tristeza en la gente, que Colombia si necesita un cambio, pero ese cambio no está en manos de líderes que ya gobernaron desde la selva, en el congreso y en la capital, de líderes imputados por delitos graves, de líderes que odian la verdad y aman el engaño traducido en una elocuencia mentirosa que cita números inexistentes y propuestas inalcanzables para despertar el resentimiento y la frustración en nuestro país.
Sin embargo, debemos ser cuidadosos en nuestras formas y es por eso que escribo este decálogo, después de visitar muchas regiones colombianas y conversar largo con artistas, raperos y líderes de nuestros barrios.
1. Las conversaciones no deben ser en torno a la vanidad intelectual sino a lo que realmente convence. Hablar el lenguaje del otro para hacerle comprender que no es imprimiendo billetes ni nacionalizando las pensiones, que vamos a estar mejor.
2. Preguntar, no suponer. Hace tiempo conversaba con un líder de las manifestaciones del año pasado. Hablamos largo sobre la reforma que él nunca leyó. En un momento le pregunté si él sabía de dónde venía la plata de los gobiernos. Me respondió que el Gobierno era rico. La simple explicación sobre el funcionamiento del estado, la simple aclaración de que el estado no tiene más dinero que el dinero que pagamos los Colombianos vía impuestos, hizo que cambiara totalmente su perspectiva.
3. Sin calificativos, sin etiquetas, sin encasillar. ¿Existe algo más dañino hoy en Colombia que el lenguaje que llama a unos Mamertos y a otros fascistas? ¿A unos paracos y a otros guerrillos? Muchas de las cosas que se dicen tienen algo de cierto. Nadie puede negar el daño que hizo la guerrilla en este país, los muertos, los secuestros, los atentados, lamentablemente hoy están en el Congreso. Lo cierto es que estos argumentos ya no funcionan con muchos jóvenes. Hace poco en una discusión un artista me increpó y me dijo: “eso ya paso supérelo”. Aunque hoy vivimos las consecuencias de un tratado de paz mal negociado, eso ya no convence a los perdidos. Las etiquetas los alejan y nos alejan de convencerlos.
4. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía Ortega y Gasset. Ponerse en los zapatos del otro para lograr ser más asertivo y convencerlo de que no es dividendo la población entre ricos y pobres que vamos a salir de las dificultades que tenemos.
5. La época de los gritos y las “pelas” para educar a los hijos ya pasó. También pasó la época de las imposiciones, los regaños y las burlas. El voto del vendedor ambulante vale lo mismo ante la democracia que el voto del hombre más rico del país. El voto de un joven universitario vale lo mismo que el del doctor en ciencias políticas. La imposición no es una opción sostenible en el tiempo.
6. Amistad y cercanía. No se convence a un perdido fingiendo intelectualidad con palabras rebuscadas y superioridad moral. La mejor forma de cerrar la distancia entre la irracionalidad y la frustración es la amistad. Con amistad las discusiones se hacen apacibles, no se discute sino que se aprende. No se debate sobre la idea de odiar a los “ricos”, se conversa sobre la historia de un señor que llevaba domicilios de un pueblo a otro y es dueño de la empresa de mensajería más grande y avanzada del país.
7. Más estudio, menos emotividad: Me encontraba en la costa caribe, cuando un taxista me abordó disgustado porque en la reforma tributaria el presidente había metido la legalización de Uber. Le pregunté en qué artículo del documento se encontraba lo que mencionaba y si había leído la reforma tributaria que tanto problema causó. Su respuesta: “No he leído la reforma pero lo vi en un video de Facebook”. Muchos Colombianos, incluso congresistas, no saben cuántos debates tiene un proyecto de ley antes de ser ley, no saben tampoco cuántos impuestos debe pagar un empresario o que los parafiscales son pagados por el empleador y constituyen un porcentaje importante de dinero. Muchos ciudadanos tampoco saben que aquellos que prometen el Cambio, llevan más de 20 años en la política y ya han gobernado sin éxito algunas ciudades.
8. Comunismo y castrochavismo. Son muchos los años que llevamos siendo amenazados electoralmente con el tema del comunismo y castrochavismo. Los jóvenes ya no se tragan ese mensaje, lo aborrecen. Esto no implica que no sea cierto, de hecho lo es, pero ya no convence, ya no seduce. Hoy cautiva más la idea de la esperanza, las oportunidades y hasta las mentiras, que el miedo.
9. Hablar de política. Nos han metido en la cabeza que no se puede hablar de política ni religión. Hablemos de política, de propuestas, en la mesa del comedor, en las tertulias, en las rumbas, en nuestra empresa, en todos los rincones. Hacerlo con respeto y con tranquilidad es la clave.
10. No pretendamos tener siempre la razón, hay que buscar lugares comunes y desde allí abordar la conversación. ¿Quién no está de acuerdo con que en Colombia necesitamos un cambio? Nadie quiere vivir en la pobreza ni en la escasez, la gente quiere vivir mejor.
Para terminar, recomiendo evaluar las propuestas de la contienda electoral, bajo la lupa de las tres preguntas planteadas por el reconocido economista Thomas Sowell:
1. ¿Comparado con que? ¿Qué otras propuestas hay sobre el tema que sean iguales, mejores o peores?
2. ¿Cuánto vale? ¿Quién lo paga?
3. ¿Qué evidencia sólida se tiene? ¿En qué parte del mundo ha funcionado el planteamiento o propuesta que está haciendo el candidato?