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Analistas 09/07/2023

De la instamatic al Instagram

Ramiro Santa
Presidente Sklc Group

Las familias que comen juntas, lloran juntas, rezan juntas y viajan juntas desarrollan una cultura de interdependencia, solidaridad y resiliencia que trasciende a la capacidad de ser feliz y construir un tejido social más allá de su circulo familiar. La afirmación anterior da todo el sentido a que la sociedades desarrolladas y justas se construyen desde la familia.

Los días de descanso largos o cortos -vacaciones- siempre serán momentos memorables de la vida, aprendizajes y experiencias emocionantes para evocar ya que en la mayoría de los casos se inician en familia, donde el ritual comenzaba con la compra de la ropa de veraneo y seguía con aventurarse en un largo viaje por carretera. Durante el viaje se pasaba por paisajes, olores, sonidos y sabores nuevos y visitas a lugares históricos o famosos. Ya sea en fincas, disfrutando de la playa o caminando una nueva ciudad, siempre llenas de risas, nuevas conversaciones y descubrimientos insólitos que van desde gustos hasta parientes desconocidos y amigos de momento que quedaron registrados en fotografías en blanco y negro o a color, poco espontaneas, o en rollos de película “super 8” hecha con pretensión de director de cine pero pocas habilidades cinematográficas de unos y poca vocación actoral de los otros. Los protagonistas eran las madres, abuelos, tíos y primos.

En la segunda fase, llamada por mi madre “independencia grita el mundo americano”, la asociatividad se hacía en la adolescencia con los primos y/o amigos buscando algo mas primitivo en fincas, acampando; no se usaban maletas si no morrales; en bus, autostop, tren, autoferro y ferry para atravesar ríos. El menú era cocina fusión desde animales de presa hasta sardinas enlatadas pero siempre muy bien recibido por los comensales, fogata, música y amigos, que sabían o creían saber cantar o interpretar algún instrumento y el ánimo focalizado en explorar y conocer. La evocación siguen siendo las fotografías de papel que van acompañadas con la narrativa de epopeyas, suspiros y muchas risas. Los protagonistas eran el reporte a los padres a través de llamadas en cabinas telefónicas o con telegramas de cuatro palabras; los medios de transporte, el cuidado de los lugareños con los forasteros y los amigos del alma.

La siguiente fase eran los viajes por invitación de amigos o amores de universidad. Los visitantes haciendo gala de buena educación y mucha curiosidad por conocer la vida, las relaciones, la gastronomía y nuevos amigos por transitividad. La visita iniciaba con interrogatorios de los padres anfitriones, buena comida, admiración por nuevas costumbres, expresiones y cultura local. Siempre buenas fiestas con alguna posibilidad de un amor de verano y fotos de fotógrafos de fiestas con personas que quedaron en el olvido. Estos viajes tenían la característica de convertirse en destinos vacacionales recurrentes y los padres anfitriones ganaban tranquilidad de conocer los amigos que con sus padres fungían como acudientes y solucionadores de contingencias económicas, alimentarias, de salud y hasta de penas amorosas en la ciudad donde se estudiaba.

Con los años, además de la añoranza, las personas mayores siempre están listas a ser parte de las vacaciones fase uno con hijos y nietos, fase dos y tres con los amigos del alma de colegio o la universidad, pero con el valor agregado de ese amor que los acompañó en las batallas de la vida y seguramente les dio sentido a la vida con los hijos y la construcción de una familia que es su orgullo.

Independientemente de las variaciones de baby boomers, milenials, centennials, polaroid, instamatic o Instagram, el ciclo se repite por el poder que tienen esos momentos para toda la vida.

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