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Pasé los años más importantes de mi juventud en Colombia. En mis 20 estudié aquí, compartiendo con amigos largas conversaciones y también la alegría de la vida cotidiana: un buen sancocho, un perico en la mañana, una arepa con queso en la tarde, y aquellos inolvidables viernes culturales en La Calera o en Pepe Sierra de la calle 116. Esa experiencia marcó mi vida de manera profunda y, por eso, suelo presentar a Colombia como mi segunda patria.
Una observación desde el afecto
Precisamente por ese cariño sincero, me permito compartir una reflexión. Colombia es un país con un potencial inmenso: su gente, su cultura, su geografía y sus recursos naturales son extraordinarios. Y sin embargo, desde la perspectiva de quien ha seguido su desarrollo durante décadas, percibo cierta lentitud en la inversión en infraestructura, un área decisiva para el futuro y la competitividad del país.
Proyectos valiosos, pero dispersos
En Bogotá y sus alrededores se han planteado distintas iniciativas: la ampliación de El Dorado con el plan “MAX” -que ya estaba en discusión desde hace años-, la posibilidad de un nuevo aeropuerto en Tocancipá, una vía perimetral o un ferrocarril hacia Boyacá.
Además de estos debates, es alentador que se estén ejecutando proyectos importantes como el Metro de Bogotá y el Regiotram del Norte, que representan pasos concretos hacia la modernización del transporte masivo. Sin embargo, incluso estas obras, siendo fundamentales, corren el riesgo de quedar aisladas si no se integran dentro de un plan maestro que articule el sistema de movilidad de la capital con la red nacional de transporte.
En infraestructura, el tiempo es crucial: lo que no se hace a tiempo, mañana costará mucho más. Cada retraso implica congestión, pérdida de competitividad y un mayor desgaste para los ciudadanos.
Lecciones de la región
En América Latina existen experiencias que muestran un punto común: cuando el Estado asume un papel claro de liderazgo, los proyectos avanzan con mayor rapidez.
En México y Panamá, obras como el Tren Maya o el Metro de Ciudad de Panamá se decidieron y se ejecutaron como proyectos nacionales. En Chile, aunque muchas autopistas se desarrollan bajo concesiones privadas, el ferrocarril se concibe como prioridad pública.
Los métodos son distintos -financiamiento público o concesiones-, pero la enseñanza es la misma: el tiempo de decisión se acorta cuando hay una visión de Estado.
La necesidad de una visión integral
Colombia no carece de talento humano ni de empresas constructoras; al contrario, muchas de ellas ejecutan grandes proyectos en el exterior. El reto no es técnico, sino estratégico: construir un verdadero plan maestro de infraestructura que trascienda gobiernos, combine inversión pública y privada, y articule aeropuertos, carreteras, ferrocarriles y desarrollo urbano dentro de una sola estrategia de Estado.
Una invitación respetuosa
La infraestructura es la base que permite que un país despliegue todo su potencial de crecimiento y bienestar.
Escribo estas líneas no como crítica, sino como una invitación constructiva, nacida del afecto de quien considera a Colombia su segunda patria. Estoy convencido de que este país puede convertir su infraestructura en motor de competitividad y prosperidad, siempre que asuma la decisión de actuar a tiempo y con una visión integral del futuro que los colombianos merecen.
En la última década se aceptó gastar muy por encima de las posibilidades, y se duplicó la deuda pública hasta poner en riesgo la sostenibilidad fiscal y económica de Colombia. Necesitamos retomar el camino
El Distrito debe tener en cuenta, no solo los costos unitarios, sino también las capacidades de infraestructura, la atención efectiva a las necesidades particulares de los entornos, y la composición poblacional en las localidades atendidas