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Analistas 17/11/2023

Ausencia y silencio

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

Hace unos días ya que no escribía en medio de tantas noticias intensas que se han convertido en un alimento perverso para las mentes de muchas personas alrededor del mundo. Necesitaba un alto en el camino representado en el silencio y en las vacaciones de mí misma, de mis pensamientos con respecto a toda la violencia que pareciera apoderarse el mundo.

Podría decir que cuando trabajas en tu espiritualidad, tu alma y tu corazón se vuelven más livianos y a la vez maleables. Debo confesar que me ha visitado un sentimiento de desesperanza que incomoda porque se transforma en impotencia.

Hoy me parece increíble lo que sucede con Israel y Palestina y he guardado silencio porque no es fácil asimilar la brutalidad de una guerra que confirma las profundas heridas y odios que todavía yacen en el ADN de la humanidad.

Mi silencio no es apatía sino dolor. Y en ese espacio que se abre cuando nos damos el tiempo de entender lo inentendible hay una inmensa sabiduría. La guerra al otro lado del mundo no es ajena a nosotros hace parte de la ira y la rabia históricas que albergan los corazones en diferentes latitudes del planeta y que ha causado traumas generacionales profundos que se manifiestan en violencia.

Más allá de las connotaciones políticas y económicas de un conflicto armado, más allá de las muertes brutales y desgarradoras se devela una ceguera por no querer asumir errores ancestrales que han sembrado odio e incertidumbre en diferentes culturas y sociedades. Lo triste es que las guerras quedan empaquetadas como sucesos históricos de cifras, capítulos de los libros de historia y marcas en la línea del tiempo. Lo increíble es que parece no haber conciencia de su verdadera magnitud e impacto en el presente y en el futuro, porque hay heridas ancestrales que no son fáciles de sanar, tardan innumerables generaciones.

La totalización de muertes, daños materiales e impacto económico no dan cuenta del dolor que queda en el aire que respiran los testigos y sobrevivientes, en las heridas profundas que como cráteres ahondan sus corazones y se convierten en testimonios para la próximas generaciones, en su única verdad que crece a partir de una semilla de odio y confusión.

La guerra de las guerrillas en Colombia, la guerra de Ucrania y esta nueva conflagración en Israel serán solo cifras habituales en los inventarios de noticias, si es que ya no lo son. Lo difícil es que nos acostumbramos a ello, a pesar del dolor que nos causa. Este dolor se aminora con alguna noticia superficial que compense el desasosiego de presenciar que como seres humanos y espirituales cada vez más nos fallamos a nosotros mismos.

Estos dolores ancestrales de las guerras, son dolores que no tienen territorio pero que encuentran cabida para instaurarse en las memorias colectivas de la sociedad. En la ausencia y el silencio me veo también como producto de una cultura que en sus inicios y raíces indígenas fue desmembrada y azotada por la invasión de un descubrimiento de América que seguramente nos robó parte de la historia que hubiéramos podido escribir.

Visto desde adentro tenemos un trauma del vacío y la pérdida, de la incomprensión de nuestras verdaderas raíces y eso se ve aún en la violencia y la guerra silenciosa de nuestro país, porque todos cargamos con ella. Entonces me siento en silencio frente al mar que será siempre mi espejo y me pregunto: ¿qué me enseñó esta breve pausa?

Podría decir que me permitió ver con mayor profundidad desde mi formación espiritual el calibre de las guerras. Me cuestionó y me dejó con más preguntas que respuestas. Me confirmó que el verdadero viaje obligado que tenemos los humanos para poder pensar en un futuro sostenible es ir hacia dentro y recobrar nuestra capacidad espiritual y recalibrarla. El origen del infierno que vivimos en muchos aspectos de la humanidad son la inconsciencia y la desconexión espiritual.

Las guerras duelen y devastan pero aún no logramos que nos despierten y enseñen el verdadero sentido de la existencia. Me resuena esta frase que encontré en un libro llamado Amor y Rabia de Rama Rod Owens: “No podemos tener una sociedad que haya sanado sus heridas, no podremos cambiar y no habrá justicia, si no podemos recuperar y reparar el espíritu humano”. Rev. Angel Kyodo Williams.

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