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En un mundo marcado por la incertidumbre, los líderes jóvenes tenemos una responsabilidad histórica: transformar la manera de liderar, no solo desde la eficiencia, sino desde los valores. No es casualidad: más de 20% de los startups en mercados emergentes han sido fundadas por jóvenes, y las empresas lideradas por menores de 35 años generan en promedio un 15% más de empleo formal que las firmas tradicionales. Estos datos muestran que la juventud no solo innova, también dinamiza las economías y construye futuro.
Hace un año tuve el honor de ser seleccionada como Young Global Leader por el Foro Económico Mundial, un programa que reúne durante tres años a perfiles diversos: líderes públicos, emprendedores, académicos e innovadores que están redefiniendo la economía y la política global.
Desde esa experiencia, estoy convencida de que el éxito del liderazgo ya no puede medirse únicamente por indicadores financieros o de impacto. La verdadera transformación ocurre cuando un líder es capaz de formar nuevos líderes y dejar un legado que trascienda las cifras.
Las discusiones de la última cumbre en Ginebra a la que asistimos más de 500 líderes giraron en torno a una premisa esencial: poner al ser humano en el centro. En un entorno global donde la inteligencia artificial, las tensiones geopolíticas y los desafíos de la seguridad marcan la agenda, lo que realmente sostiene a un líder es la confianza, la ética, la autenticidad y la humildad.
Esos valores han guiado mi trayectoria: desde mi trabajo con el gobierno de Colombia para cambiar la imagen del país, al fortalecimiento de la innovación en el sector privado en España, hasta mi trabajo hoy en ONU Turismo.
Sin embargo, hay un aspecto que pocas veces se discute y que debería ser parte de cualquier estrategia de liderazgo: el bienestar mental del líder. La política, la empresa y el sector público desgastan. Y si bien los líderes están llamados a velar por el bienestar de los demás, pocas veces alguien se pregunta quién cuida al líder. Por eso, creo que deberíamos medir un nuevo KPI: la felicidad. Un balance de vida que no significa trabajar menos, sino trabajar con propósito, integrar pasiones con responsabilidades y mantener la calidad de vida como condición para liderar con claridad.
Por otro lado, el liderazgo no se limita al plano individual. Así como debemos cuidar la salud mental de quienes lideran, también debemos prepararnos para los retos colectivos que marcarán la próxima década. Y aquí la agenda digital ocupa un lugar central.
La inteligencia artificial avanza más rápido que la regulación y que nuestra capacidad de adaptación. Su impacto económico es innegable, hacia 2030 podría aportar hasta un 5,4% del PIB regional, equivalente a unos US$500.000 millones. En Colombia, este salto no sería solo tecnológico, sino también económico y político, un motor para aumentar la productividad, diversificar exportaciones y reforzar la confianza en las instituciones.
El multilateralismo, por lo tanto, tiene la obligación de anticiparse y definir reglas claras que protejan lo humano frente a lo tecnológico. No podemos permitir que la democracia sea debilitada por el uso de bots ni que los niños queden expuestos a contenidos nocivos. Por más algoritmos que existan, el pensamiento crítico, la empatía y los valores no pueden ser sustituidos. Por eso las humanidades van a cobrar aún más fuerza en el liderazgo del futuro.
Aquí, Colombia tiene una oportunidad única. Contamos con un capital humano extraordinario que debe potenciarse con inversión en educación y salud. Hoy, cerca de 20% de la población es emprendedora, lo que demuestra la vocación del país por innovar y crear. No obstante, no basta con ser una nación de emprendedores, debemos dar el siguiente paso y convertirnos también en creadores de tecnologías que aumenten nuestra competitividad y fortalezcan nuestras instituciones. Necesitamos líderes modernos, capaces de manejar la incertidumbre, construir consensos y acelerar transformaciones.
En ese contexto, el turismo se establece como el sector económico más humano y con mayor capacidad de impacto social. Su esencia está en la empatía, en el encuentro entre culturas y en la posibilidad de poner al ser humano, sus valores, su creatividad y su bienestar, en el centro de la economía. Esa es, sin duda, la mayor lección que el liderazgo joven puede dejar al mundo.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente