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Analistas 04/11/2020

¿Hacia una nueva macroeconomía?

Narciso De la Hoz G.
Director editorial Revista Gerente
Analista LR

En 1966, en pleno auge de la economía keynesiana, la revista Time publicó una portada con la foto del economista británico fallecido 20 años antes. “En cierto sentido, todos somos keynesianos ahora; en otro, ya nadie es keynesiano, pero todos usamos el lenguaje y el aparato keynesianos”, decía Milton Friedman, padre de la escuela de Chicago, en la misma publicación.

Creador de la macroeconomía, John Maynard Keynes ejerció la mayor influencia después de su muerte, y su teoría que promueve la expansión de la economía hasta alcanzar el pleno empleo -imprimiendo dinero y/o gastándolo el Estado, cuando la política monetaria ha perdido su eficacia- se convirtió en el pensamiento dominante durante casi tres décadas.

Pero el paradigma keynesiano colapsó en los 70, víctima de su propio éxito, de un mal que ya arrastraban las economías desarrolladas -la caída de la productividad- y de la crisis energética de 1973, que disparó los precios de los combustibles. De repente, la magia desapareció y, en lugar de crecimiento económico, solo generaba inflación y estancamiento (estanflación).

Allí emergió la figura de Friedman con la receta monetarista que la Reserva Federal aplicó subiendo los tipos de interés para combatir la inflación que, en 1979, llegó a 13%. La explicación de Friedman al aumento del desempleo y la inflación fue que no era posible utilizar indefinidamente la expansión monetaria para alcanzar un objetivo arbitrario de pleno empleo. A cambio proponía un manejo predecible de la política monetaria para evitar episodios como la Gran Depresión de los 30.

Después de eso, en la década de 1990 y 2000 surgió una especie de síntesis de keynesianismo y friedmanismo, con las “metas de inflación objetivo”, que el Banco de la República comenzó a utilizar en Colombia tras la crisis del 98-99. El principal instrumento de esa política es el manejo de las tasas de interés en el corto plazo, con la política fiscal jugando un papel casi secundario.

Pero, tal como lo advirtió hace poco The Economist, llegó la pandemia y con ella la discusión sobre la necesidad de repensar la macroeconomía. Según explica, el nuevo paradigma comenzó a tambalear después de la crisis de 2008-2009, que afectó la voluntad de gasto de los consumidores, la demanda agregada y el crecimiento de las economías desarrolladas. Los bancos centrales enfrentaron la situación imprimiendo dinero y comprando deuda pública y privada, a pesar de lo cual la recuperación ha sido lenta y ahora se ha visto torpedeada por la pandemia.

The Economist habla de tres escuelas de pensamiento: una que exige mayor audacia en las medidas y plantea soluciones heterodoxas; la que prioriza la política fiscal; y la que dice que la solución son tasas de interés negativas. Todas le asignan un rol al banco central.

“La mano invisible está entumecida para arreglar los grandes problemas. Ahora todos somos keynesianos, ojalá por poco tiempo”, dice el ex ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, quien es partidario de que el Banco de la República le otorgue un crédito del Gobierno, una alternativa que por ahora no ha sido considerada, pero que cuenta con apoyos entre algunos economistas (Eduardo Lora y Luis Jorge Garay, al comienzo de la pandemia), gremios como la Andi y dirigentes políticos.

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