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Durante la primera guerra mundial el almirante Reginald Bacon al frente de la Marina Real Británica, bloqueó a Alemania en el suministro de petróleo al que Churchill ya le tenía puestos los ojos promoviéndolo a cambio del carbón, pues los motores a combustión generaban el rendimiento adecuado para ganar guerras.
El embargo petrolero árabe de 1973 a EE.UU. por el apoyo a Israel en la guerra del Yom Kipur, aumentó el precio de la gasolina un 300% de la noche a la mañana. Las colas infinitas para tanquear sus autos quedaron grabadas en la economía del pueblo americano, al punto que hoy eligen presidente considerando la variable: precio del galón, pues la repercusión en la inflación ellos sí la tienen clara, son un país de energía. Al final de los 80, la globalización impuso el ritmo, se impulsaron reformas y diversificaron suministros energéticos.
Esta espiral energética creció de manera exponencial por 50 años, los productores utilizan el arma energética oculta por más de 30 años como un muerto en un armario que no puede seguir allí para siempre, como no puede dejarse el petróleo para siempre bajo tierra y los ríos simplemente corriendo, mientras los lobistas del cambio climático, exigen de manera estólida lo contrario.
En el pasado COP30 en Belém Brasil se le vieron las costuras al discurso de cambio climático, no hubo consensos, compromisos mínimos, solo fotos para el recuerdo y un presidente Lula eufórico, pues luego de una década, por fin logró que los taladros estén en el sitio del pozo y que la perforación en el “Foz do Amazonas”, conocido como presal (aguas profundas), comience a generar caja para su economía, aplicando la famosa frase del joven Bill Clinton en su campaña de 1992: “Es la economía estúpido”.
En 1990 cuando se dio el apagón, Colombia tenía 30 millones de habitantes y aunque solo 4.42 millones de hogares tenían acceso a energía eléctrica la crisis fue brutal. Para el 2024 la cobertura era del 98.82%, unos 18 millones de hogares y 52 millones de personas atendidas. En gas las cifras impresionan más; en 1990 200 mil hogares contaban con este servicio, en 2024 se llegó a 12.95 millones de hogares, creciendo 62 veces respecto el año 90 pasando en cobertura del 3.5% al 70.80 %. (fuente Andesco). Según estudio de Acolgen y Banco de Bogotá 2024, una hora de apagón diaria a Colombia podría costar $200 mil millones. Con cifras de Fedesarrollo, perderíamos 1.5 a 1.7 puntos del PIB previendo que este año crezca el 2.5 a 2.6, esto es apagar la economía; se esfuma el 75 % del crecimiento, y unos 350 mil empleos solo en esa hora diaria de apagón según afirmó su presidenta.
Anif y la Cree han hecho foros invitado candidatos hasta el cansancio advirtiendo la necesidad de poner los ojos en la energía; y, aun así, muchos medios siguen haciendo “preguntas rápidas para respuestas cortas”, no estamos para actos de malabarismo, para eso existen los circos, y este gobierno ausente. En nuestras circunstancias, al próximo gobierno le quedará difícil distinguir entre lo urgente, lo prioritario y lo necesario, considerando que todo es obligatorio.
El ciudadano común nunca las relaciona con el salario mínimo, pero vive sus consecuencias. Por ejemplo, puede complicar lograr la pensión para algunos Colombianos
Resulta preocupante que el crecimiento se fundamente principalmente en el consumo del sector público y el consumo de los hogares, puesto que esto no es sostenible