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Analistas 02/07/2019

La Guerra Comercial y sus efectos sobre Latinoamérica

Mario Mesquita
Economista Jefe de Itaú Unibanco
Analista LR

El crecimiento global ya estaba frágil antes de que se tensaran aún más las relaciones comerciales entre China y EE.UU. El 10 de mayo, fruto de una decisión que tomó de sorpresa a los mercados, el presidente Trump subió a 25% (desde un 10% anterior) las tarifas sobre US$200.000 millones de exportaciones chinas a EE.UU. Como represalia, China elevó a 25% (desde un 10% anterior) las tarifas sobre US$60.000 millones de exportaciones americanas, implementadas a partir del 1 de junio.

Debido a la integración comercial y financiera que existe entre los países, los efectos de la guerra comercial entre las dos economías más grandes del mundo no se restringirán a ellas. Europa, por ejemplo, está bastante abierta y muy dependiente del ciclo global de manufacturas. Es posible observar que los indicadores de alta frecuencia siguen mostrando un crecimiento bajo en la zona del euro, y ahora con perspectivas todavía menos animadoras.

Según nuestros pronósticos, ese cambio de tarifas reducirá el crecimiento del PIB mundial en 0,2 p.p. Esa reducción es adicional al otro impacto de 0,2 p.p. que calculábamos con las tarifas anunciadas anteriormente. A nuestro entender, la probabilidad de que haya un avance adicional en la guerra comercial entre China y EE.UU. está creciendo. De hecho, adicionalmente del reciente aumento de tarifas, el presidente Trump declaró que los EE.UU. podrán aplicar rápidamente una imposición de 25% sobre los US$325.000 millones de exportaciones chinas que están exentas de tarifas. Eso generaría una caída adicional en el PIB global de 0,3 p.p. Es decir, el efecto acumulado de las tarifas tendría un impacto negativo de 0,7 p.p. sobre el PIB global.

La guerra comercial ocurre en un momento en el que la actividad en Latinoamérica ya estaba frágil. Tanto en Brasil como en México -las dos mayores economías de la región-, el PIB se contrajo un 0,2% en el 1T19 con relación al trimestre anterior. En Argentina, el proxy mensual para el PIB en el 1T19 señala un quinto trimestre consecutivo de contracción. La actividad en Perú y Chile, que se expandió a buen ritmo en 2018, también presentó un desempeño flojo en el 1T19. Por su parte, en Colombia los datos del 1T19 demuestran que la recuperación económica es bastante gradual.

Factores idiosincrásicos explican parte de la debilidad de la actividad en Latinoamérica. En Brasil, el marco fiscal es delicado y se requiere una reforma de la previsión social -políticamente compleja- para estabilizar la deuda pública (que se encuentra en un nivel elevado). En México, la incertidumbre sobre la dirección de las políticas económicas del nuevo gobierno y los conflictos comerciales con los EE.UU. (intensificados recientemente a raíz del anuncio del presidente Trump de que impondrá tarifas sobre las exportaciones mexicanas a menos que haya una respuesta adecuada a la crisis migratoria en la frontera sur de los EE.UU. por parte de las autoridades del país vecino) están minando la inversión. En Argentina, la necesidad de financiación del sector público es elevada y depende de capital externo, que es escaso, teniendo en cuenta también la incertidumbre respecto de las políticas económicas que se adoptarán después de las elecciones presidenciales de este año.

La sincronía de los ciclos de las diferentes economías de Latinoamérica, así como el hecho de que las economías de la región con fundamentos más sólidos tampoco pasan por un buen momento, es un fuerte indicio de que hay un componente externo asociado al mal desempeño de la actividad en la región. Así lo demuestran los datos: si descomponemos estadísticamente el crecimiento de Latinoamérica en factores externos e internos, vemos que una parte importante de la desaceleración del crecimiento en la región se explica por factores como condiciones financieras externas, crecimiento del PIB global y crecimiento de la economía china.

La intensificación de la guerra comercial, junto con los datos divulgados recientemente, está reduciendo las proyecciones de crecimiento en Latinoamérica. Está claro que ya existe un efecto adverso en los precios de commodities, lo que afecta las exportaciones y actividad en la región. En mayo, por citar un ejemplo, el precio del cobre bajó un 9%. El petróleo cayó todavía más (cerca de un 14%). En México, donde la actividad depende menos de commodities que en los países de Sudamérica, la desaceleración de los EE.UU. ejercerá un efecto negativo directo sobre el importante sector manufacturero del país e indirecto sobre los sectores de servicios.

La buena noticia es que la inflación en las principales economías del mundo está baja, lo que abre espacio para que sus bancos centrales (especialmente la Fed) aumenten el estímulo monetario a fin de evitar una drástica desaceleración de la actividad económica. En ese contexto, los mercados de futuros de tasas de interés ya son consistentes con una política monetaria global más acomodaticia, lo cual está dando cierto soporte a las monedas latinoamericanas. Por eso, países con inflación bajo control -como Perú, Brasil, Chile y Colombia- disponen de espacio para recortar la tasa de interés de ser necesario y atenuar la desaceleración económica. En México, a pesar de que la tasa real de interés ya está en un nivel restrictivo y que existe la posibilidad de que la Fed implante una política monetaria más expansionista, el banco central tal vez tenga que subir la tasa de interés para cumplir la meta de inflación en caso de que la batalla comercial entre México y EE.UU. también escale. De las economías más importantes de la región, la que tiene menos margen de maniobra en lo que se refiere a política monetaria es Argentina, donde la inflación sigue desconectada de la amplia mayoría de los mercados emergentes como reflejo de una falta histórica de control monetario.

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