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Analistas 30/08/2025

De tin marín de do pingüé, cúcara mácara, títere fue

Luis Guillermo Echeverri Vélez
Ganadero, abogado y economista agrícola
Luis Guillermo Echeverri Vélez
La República Más

Sin duda alguna, como pintan las cosas bajo la conducción de este Gobierno, las elecciones venideras serán una lamentable serie de telerrealidad o “reality show”, donde en el último mes antes de cada capítulo los colombianos estaremos obligados a escoger, estilo “de tin marín de do pingüé, cúcara mácara, títere fue”.

Hay 75 personajes dando vueltas en una tómbola electoral, donde solo podremos elegir entre los desteñidos muñecos que nos vendan los patrocinadores de las campañas en redes y medios de comunicación, pero donde el que controla el “Bingo” también controla el sistema y la propaganda estatal.

Terminaremos votando, unos llenos de dudas y temores y otros a ciegas y totalmente embolatados, sin que realmente conozcamos cuál es la verdadera comprensión y conexión de cada candidato con soluciones viables a los problemas de la gente y del país que se derivan de la droga, del delito y la corrupción, la inseguridad, la violencia y el narcoterrorismo que controla la mayoría de nuestros territorios, y el acelerado empobrecimiento del Estado y de los pequeños y medianos empresarios que soportan la mayoría del empleo.

A los colombianos nos llevan a votar por personas de las cuales realmente no conocemos su verdadero trasfondo, por nominados partidistas o auto propuestas que desconocen la complejidad de gobernar, que no tienen el arrastre suficiente para formar buenos equipos de gobierno, y que ignoramos cuan eficiente será su capacidad de sacar al país de la mediocridad, del camino a un Estado fallido y de mitigar el efecto con que nos patean los graves problemas de las democracias occidentales y sus relaciones con el resto del mundo.

Estamos abocados a elegir entre una retórica continua que no pasa de la crítica despreciativa de unos a otros, que no va más allá de una dialéctica demagógica circunscrita a una pelea de rapiña por el poder sin explicación de para qué lo quieren, y de por qué tenemos que creerles que no seremos engañados nuevamente.

Aquí nadie sabe para qué quieren la mayoría de esos muñecos, sentarse en esa silla de Bolívar que le infla el ego a los gobernantes y donde hasta personas preparadas intelectualmente quedarán atrapados entre las intrigas clientelistas que los dejan incapaces de administrar lo poco que deje vivo un gobierno promotor de la impunidad a criminales y violentos, de una economía fundamentada en el atraco al Estado y de éste a los contribuyentes, de la formación de capitales ilegales, de la fuga de talento y de la capacidad de agregar valor y generar riqueza.

Aceptemos que Colombia está sumida en la mediocridad, estado inconveniente que como la maleza cuando agarra ventaja enmonta el potrero y jode el ganado. Aceptemos que aquí la politiquería se ejerce con total indiferencia por las necesidades de las comunidades. Aceptemos que la política está peor que el fútbol colombiano donde los hinchas de los equipos saben que como está la cosa, “puede ganar cualquiera”.

A cuenta de la mediocridad, que apenas se compara con la avivata forma de pensar propia de esta era digital donde la gente primero actúa y habla, y después a veces se acuerda de pensar, resultamos con una actividad electorera totalmente alejada del sentido común, la búsqueda del bienestar general y de un propósito de nación atado al deber ser de las cosas enmarcado en conceptos éticos y en el respeto a la legalidad.

Está el país convertido en una gallera política donde cualquier resultado puede salir tan difícil de mantener, como complicada será la relación entre un Estado debilitado económica, moral y militarmente frente a una subversión armada conectada con un resentimiento ideológico totalmente desalmado y acompañados del crecimiento exponencial de organizaciones criminales de todo tipo que necesariamente resultan vinculadas a la actividad oscura que existe en los tres poderes del Estado.

No solo en casi todo el mundo, pero especialmente en Colombia, y más ahora donde se les ocurrió devolvernos al oscurantismo en materia de preselección de candidatos, los partidos y sus jefes “están más encartados que gallina criando patos”, y el electorado está siendo llevado a elegir al estilo fortuito del canto infantil: “De tin marín de do pingüé”, impuesto por una estructura partidista que actúa como si cerráramos el tanque de agua potable y conectáramos todas las cañerías al pozo séptico, quedando obligados al resultado que dicte aquello de “cúcara mácara, títere fue”.

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