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Analistas 09/05/2023

Monarcas a la criolla

Leticia Ossa Daza
Socia Directora Práctica LatAm Willkie Farr NY

El fin de semana pasado Carlos III se convirtió en el cuadragésimo monarca británico, un evento que no ocurría en ese país desde hace 70 años. Carlos III dejó de ser príncipe a sus 74 años, cuando su madre Isabel II falleció el pasado mes de septiembre. La coronación, que se estima tuvo un costo de US$126 millones (dinero de los contribuyentes), sucedió en medio de la inestabilidad política y económica que vive el Reino Unido. Y Carlos III, el heredero al trono más viejo de la historia, enfrenta el reto de modernizar la monarquía británica ante la creciente indiferencia de los jóvenes hacia esta (solo un 32% estaría a favor de mantenerla).

En un mundo en donde la mayoría de países cuentan con una República como forma de Estado, la monarquía parecería ser una institución anacrónica, más esta sigue generando fascinación y la coronación tuvo a 18,8 millones de personas en el mundo pegadas de sus pantallas.

Y mientras este príncipe se preparó toda su vida para ser rey, otros como George Washington, una de las figuras más importantes de la historia de EE.UU., rechazaron la idea de la monarquía en pro de los ideales republicanos.

Washington fue un líder clave en la guerra por la independencia de las colonias y en la iniciativa de la construcción de la nación estadounidense. Este fue decisivo para que se llevase a cabo la Convención Constitucional y fue unánimemente elegido presidente de la convención.

Como primer presidente de EE.UU. sentó el precedente de un ejecutivo constitucional fuerte y enérgico, consciente de los límites de su autoridad pero defendiendo las prerrogativas de su cargo. En 1776 y en 1777, Washington tuvo poderes prácticamente ilimitados para defender a la nueva Nación, más este devolvió la otorgada autoridad.

Después de su segundo mandato como presidente, el rey Jorge III dijo, ante la renuncia de Washington a ejercer un tercer mandato: “si lo hace, será el hombre más grande del mundo”. La transición pacífica de poderes presidenciales a John Adams en 1797 dio paso a la instauración de una de las grandes tradiciones democráticas americanas.

Renunciar a un mandato en busca del interés de una Nación; ejercer el poder con responsabilidad, moderación y honestidad; la importancia de mantener la separación de los poderes, son algunos de los legados que dejó un líder como Washington.

Principios que parecen haberse olvidado en los últimos años con el aumento de líderes autoritarios, el debilitamiento de las instituciones democráticas y un Estado de derecho vulnerado. Los gobernantes que llegan al poder por medio de procesos democráticos buscan perpetuarse en él y eliminar los contrapesos que son el fundamento de la democracia. El ejercicio del poder de manera irresponsable en el que el cortoplacismo y las violaciones al Estado de derecho son latentes llevan a los abusos y no al bien común.

Recordemos que nuestros mandatarios son servidores públicos, elegidos para cumplir con la Constitución y las leyes, y no para convertirse en una especie de monarcas totalitarios a la criolla.

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