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Durante mucho tiempo, el éxito global implicaba traducirse, neutralizar acentos, hacer la identidad más digerible. Hoy ocurre algo distinto: el talento latino está ocupando espacios globales con voz propia, sin necesidad de adaptarse para ser oído, consumido, para ser aceptado y, más que eso, valorado.
Bad Bunny llenando estadios sin cantar en inglés. Karol G encabezando rankings globales sin abandonar su estética ni su narrativa. Shakira regresando a los escenarios con una gira global que volvió a situarla en el centro de la conversación cultural. Lionel Messi redefiniendo el impacto del talento latino en el deporte y en el negocio del entretenimiento. Frida Escobedo elegida para diseñar la nueva ala del Metropolitan Museum of Art en Nueva York. Olga de Amaral presentada por la Fundación Cartier, consolidando décadas de trabajo. Pedro Pascal convertido en uno de los actores más influyentes de Hollywood sin renunciar a su origen latinoamericano.
Estas son señales de un talento latino que ya no busca encajar, ni negociar su singularidad. Este año, una obra de Frida Kahlo superó los US$30 millones en subasta, confirmando que el arte latino ocupa un lugar importante en los mercados más sofisticados del mundo.
Según Spotify, el español se fortaleció como uno de los idiomas más escuchados a nivel global, con un crecimiento fuerte en mercados no hispanohablantes. Netflix reportó que varias de sus producciones más vistas del año fueron en español y consumidas sin doblaje en Estados Unidos y Europa. El punto no es el idioma; es que la identidad dejó de ser un obstáculo para crecer.
Joseph Nye, académico de Harvard, llamó a esto soft power: la capacidad de influir a través de la atracción, los valores y las historias que una cultura proyecta. Lo que estamos viendo es una acumulación de ese “soft power” latino en la música, el arte, el cine, el diseño, la gastronomía…No como folclor, sino como lenguaje contemporáneo.
Ese mismo fenómeno se siente a nivel empresarial con líderes como Marcos Galperin, fundador de MercadoLibre, o David Vélez, CEO de Nubank, quienes han demostrado que se puede construir a escala global desde Latinoamérica. En un contexto marcado por la volatilidad, la experiencia de operar en entornos complejos se ha convertido en una ventaja.
Pero todo momento de visibilidad trae un riesgo: quedarse en la superficie. La pregunta, entonces, es: ¿estamos transformando esta influencia cultural en poder económico real?, ¿en toma de decisiones, en creación de empresas globales, en capacidad de marcar nuestra propia agenda?, ¿o nos conformamos con ser tendencia?
Una de las lecciones que deja este año es clara: lo que conecta es lo auténtico. Y de eso, los latinoamericanos sabemos. Bad Bunny funciona no a pesar de ser profundamente puertorriqueño, sino porque lo es. Karol G no matiza su historia; la amplifica. Kahlo sigue resonando décadas después por la misma razón: su originalidad.
Y si el talento latino ya está siendo visto, la pregunta final es cómo transformamos esa visibilidad en permanencia.
Porque las modas pasan.
La influencia real se construye.
Podemos seguir administrando la inercia, ajustando indicadores y sobreviviendo a coyunturas políticas, o podemos apostar por un sistema que forme ciudadanos críticos, profesionales competentes y líderes comprometidos
Hasta la fecha la justicia y algunos medios han eludido su responsabilidad con la veracidad, de la misma forma en que desde 1983 han tapado la participación de los victimarios en este crimen atroz