No es crisis, es evolución

Cuando aparecieron los titulares sobre los 30.000 despidos en Amazon, la primera reacción fue de sorpresa, incluso entre quienes ya estaban acostumbrados a ver ajustes en el sector tecnológico. Pero más allá del número, lo que realmente importa es lo que está ocurriendo debajo de la superficie: una transformación profunda del modelo de trabajo en una de las empresas más grandes e influyentes del mundo. Lo que antes parecía intocable, hoy se reconfigura bajo una lógica distinta, una que prioriza eficiencia, automatización y escalabilidad tecnológica.

Amazon no atraviesa una crisis financiera ni una caída en sus ingresos. Todo lo contrario. Está invirtiendo más de US$100.000 millones en infraestructura de inteligencia artificial y servicios de nube. Lo que está haciendo es reestructurar su capital humano para reflejar esa nueva realidad. Los recortes no afectan a operarios ni a personal de bodegas, sino a ingenieros, gerentes, especialistas de recursos humanos y arquitectos de nube: los llamados “trabajos seguros” del mundo corporativo. Esa es la verdadera novedad. Andy Jassy, su CEO, lo había adelantado meses atrás: habrá menos personas haciendo ciertos trabajos, no diferentes, sino menos.

El mensaje es claro. Amazon no está corrigiendo un exceso de contratación ni una desaceleración temporal. Está reemplazando funciones humanas por sistemas de inteligencia artificial capaces de operar de forma continua, con menos errores y a una fracción del costo. Esto no es una reorganización coyuntural, sino un rediseño estructural. La compañía está cambiando la forma en que concibe la productividad, y el empleo corporativo es el laboratorio donde se mide ese cambio.

Para otros gigantes tecnológicos y corporaciones tradicionales, las lecciones son evidentes. Primero, el tamaño y la rentabilidad ya no garantizan estabilidad laboral. La ola de automatización se está moviendo hacia el núcleo del trabajo de oficina, donde la inteligencia artificial generativa y los sistemas de decisión automatizados comienzan a reemplazar tareas de análisis, planificación y soporte. Lo que antes era visto como capital intelectual irremplazable, ahora se mide frente a la eficiencia de los algoritmos.

Segundo, las empresas que entiendan cómo integrar estas herramientas sin perder su capacidad de innovación humana serán las que lideren el próximo ciclo. Reducir personal puede mejorar márgenes en el corto plazo, pero el verdadero desafío está en reconfigurar las organizaciones para aprovechar la colaboración entre humanos y máquinas. Quien vea la automatización solo como un mecanismo de ahorro y no como una oportunidad de reinvención corre el riesgo de quedarse estancado en un modelo que pronto será obsoleto.

Tercero, el impacto social de este cambio es enorme. Millones de empleos calificados corren el riesgo de ser desplazados sin que existan políticas públicas a la altura de la transición tecnológica. No hay un plan estructural de reconversión laboral, ni impuestos sobre la automatización, ni programas de formación masiva en nuevas competencias digitales. Las redes de protección actuales fueron diseñadas para ciclos industriales del siglo pasado, no para la velocidad de disrupción que impone la inteligencia artificial.

Este episodio en Amazon marca un punto de inflexión. Ya no se trata de ajustes marginales ni de correcciones pospandemia, sino de un cambio en la ecuación misma del capitalismo digital. Si la productividad futura depende cada vez más del capital tecnológico y cada vez menos del capital humano, habrá que preguntarse quién sostendrá el consumo, la demanda y la estabilidad social. No se puede tener capitalismo sin consumidores, ni consumidores sin ingresos.