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Analistas 08/04/2022

Cesarismo político

Ignacio-Iglesias

Si nuestros antepasados pueden “presumir” de haber vivido guerras mundiales y/o civiles, crisis económicas, el periodo de la Guerra Fría y demás acontecimientos acaecidos en las últimas décadas, nuestra generación tampoco se va a quedar atrás a la hora de “sacar pecho” sobre lo que nos tocó vivir en estos inicios del siglo XXI.

Tras la burbuja de las “punto.com”, llego la crisis financiera de 2008; las consecuencias de dicha depresión y la pérdida de credibilidad de los grandes partidos políticos “establecidos” (establishment político), trajo el auge de los populismos de uno y otro lado. A esto hay que añadir desastres naturales de todo tipo: inundaciones, incendios, terremotos, volcanes en erupción; la pandemia del covid, que todavía colea y, cuando estábamos centrándonos en poner nuestros mejores esfuerzos en el plan de recuperación tras dos años de profunda depresión económica y moral, desde hace más de seis semanas nos asalta una guerra en territorio europeo, con repercusiones mundiales que pone de manifiesto que no podemos estar relajados en un mundo que, por la razón que sea, cada día está más convulso y complicado.

Quizás nos deberíamos acostumbrar a que este entorno tan sobresaltado es el que nos va a tocar vivir de ahora en adelante y, por tanto, es recomendable que todos nos preparemos para poder afrontarlo con serenidad y buenas prácticas. Siguiendo un término muy usado en la pandemia, pero con otro trasfondo bien diferente, estamos ante la nueva normalidad.

Si a nosotros, como simples ciudadanos, se nos va a pedir serenidad y solidaridad para sobrellevar esta nueva situación de inestabilidad continua, es más que exigible que los políticos, que tienen la tarea de arbitrar soluciones para que nuestra paciencia no se desboque, estén a la altura que todos demandamos. Es aquí donde se abre una profunda brecha, porque lamentablemente esto último no se está produciendo o al menos no, con la generalidad y contundencia que a todos nos gustaría.

Si el liderazgo es algo que siempre se requiere para poder lidiar problemas “comunes”, ni que decir tiene, que en estos momentos lo que se necesita es un hiperliderazgo en nuestra clase dirigente. Sin embargo, muchos de ellos confunden ese calificativo con la obligación de actuar de manera individual dejando de lado, que, en la mayoría de los casos y a éstos me refiero, ese primer ministro, presidente del gobierno o lo que toque forma parte de una estructura gubernamental y estatal que trasciende a su persona y que, pese a las circunstancias que vivimos, debe ser consciente de ello, cosa que no siempre ocurre. Incluso diría que ahora más que nunca y dada la compleja situación hay que ser mucho más escrupuloso en respetarla.

¿Qué quiero decir con todo esto? Algo muy sencillo: una cosa es que alguien sea la imagen del país o de una opción política ante su ciudadanía, en organismos internacionales etc y otra muy diferente que quiera arrogarse todo el protagonismo de lo logrado focalizando toda la atención, dejando al resto de colaboradores en el más absoluto anonimato, salvo cuando aparece “un marrón”, en cuyo caso siempre está dispuesto a echar balones fuera, culpar al entorno o cambiar la conversación para que su hiperliderazgo no se vea salpicado.

Es más, en muchas ocasiones, escudándose en esta urgencia e inmediatez necesaria para la toma de decisiones, empiezan a sobrepasar la barrera de la base en la que se asientan las democracias liberales modernas: la división de poderes y es aquí cuando se puede poner en riesgo algo que tanto nos ha costado lograr durante siglos y que ninguna circunstancia, por extraordinaria que sea, puede justificar. No podemos recorrer en sentido contrario el camino andado.

Y a todo lo anterior hay que considerar un elemento de pura practicidad y sentido común: si ya es difícil tomar decisiones en un entorno cotidiano y estable, ¿no tendría mucho más sentido compartir dichas decisiones, colegiarlas, debatirlas y consensuarlas, en la medida de lo posible, antes de comunicarlas y ejecutarlas en unos momentos como los actuales?Para mí, la respuesta es un sí rotundo, pero claro, para ello hay que dejar de lado intereses particulares, electoralistas, tacticistas y pensar que “cuatro ojos ven más que dos”, siempre que esos cuatro ojos tengan como objetivo el mismo: buscar la mejor solución al problema, cosa que muchas veces no es tan evidente.

Luego, podrá haber equivocaciones porque nadie tiene la varita mágica para acertar siempre y menos en este entorno, pero al menos se tendrá el respaldo de todos aquellos que han estado trabajando hombro con hombro para resolver el problema: personas que a su vez representan a muchos más ciudadanos.

Dar el grado de protagonismo a diferentes colaboradores dependiendo del momento y no sólo cuando les toca lidiar una situación complicada, respaldar lo hecho por terceros, aunque sean rivales políticos, buscar ayuda incluso en las bancadas políticas diferentes a la de uno, es una clara muestra del liderazgo que necesitamos en estos momentos y que, yo al menos, echo de menos y me temo que mi percepción no es única.

Ante este cesarismo tan mal entendido y contraproducente, que incluso se salta los límites antes señalados aduciendo la urgencia o la necesidad, ¿cómo no van a surgir populismos extremos que ven innecesario el respeto a principios tan obvios como la igualdad, la libertad de expresión, la independencia judicial o el equilibrio entre el ejecutivo y el legislativo? Se les están dando argumentos para que recaben la atención de ciudadanos descreídos y sus argumentos, tan lejanos de la realidad, claramente sectarios y falsos, van calando día a día en la sociedad y luego es realmente difícil desdecirlos.

En ocasiones yo comparo el cesarismo mal ejercido con el magnetismo: atrae y repele y eso lleva aparejado fanatismo y desprecio. Términos que deben permanecer alejados de nuestra realidad, si lo que buscamos es un liderazgo de servicio. Ese es el hiperliderazgo que necesitamos ahora más que nunca.

Esperemos que nuestros políticos dejen de querer ser “El Llanero Solitario” de los comics de nuestra infancia y no se olviden de un proverbio africano que cada vez es más usado en nuestros días: “si quieres ir rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos, ve acompañado”.

La urgencia no puede confundirnos de lo que es lo importante para nuestro presente y para el futuro de las próximas generaciones. Ahora toca dejar de lado protagonismos y presidencialismos ridículos y lograr reunir para la causa común, al mayor número de personas con capacidad más que demostrada para afrontar situaciones complejas.

Pensaría que las democracias liberales tienen una excelente oportunidad de recuperar la credibilidad en sus representantes, siempre que éstos se muestren honestos y transparentes en su manera de actuar. De lo contrario, el futuro nos deparará todavía más sorpresas.

Es el momento de sumar más que de destacar.

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